martes, 4 de enero de 2000

Héctor Manjarrez, El otro amor de su vida

por Cosme Álvarez

El otro amor de su vida, de Héctor Manjarrez
Editorial Era
México. 1999. 155 pp.

Aristóteles no halló indicios de la comedia antes de 400 a 388 a. de C. Hoy sabemos que el género se remonta 450 años antes de nuestra era. El filósofo griego señaló como inicia-dores de la comedia a quienes cantaban himnos en la procesión de Fales —compañero de Dionisio— llevando en alto un palo que simbolizaba la fertilidad. El término proviene del vocablo Koomos, y significa regocijo popular, festejo ruidoso; pero también nombraban así al desfile con el que se celebraba al triunfador en los juegos deportivos. Comedia es el canto del Koomos: canto popular de esparcimiento, en el que predomina el tono satírico, de censura, de mofa literaria, y que acontece en todos los pueblos para zaherir y divertir.

Este Koomos abunda en las creaciones populares de México —donde el humor del pueblo se convierte en auténtico canto virulento y mordaz, de censura y mofa, que hiere a veces y siempre divierte—. Sin embargo, una característica peculiar de la literatura mexicana es la solemnidad con la que los autores han abordado sus temas. Esta falta de humor no descalifica, desde luego, las grandes obras literarias compuestas desde Juan Ruiz de Alarcón hasta Juan Rulfo. Pero como si la literatura mexicana no conociera la risa —y el mexicano ignorara el relajo, el festejo, la sátira y la diversión—, es casi molesto advertir que nuestra literatura adolece de la falta de autores que se ocuparan de escribir con humor y aun con alegría.

Al efectuar la revisión de la literatura mexicana, descubrimos que nuestra historia literaria está marcada por un tono apesa-dumbrado, romántico, adolorido, en obras de carácter histórico, social y costumbrista, con rasgos sentimentales y moralizantes. Aunque se tiene noticia de algunas comedias mexicanas en el siglo XVIII, la mayor parte de ellas se inscribe en el género del teatro novohispano, de gusto calderoniano, y su trasfondo se acerca sobre todo a un orden moral.

De la época precolombina a los cronistas y memorialistas, y de los barrocos y neoclásicos a los autores de la Independencia, jamás existió una sola obra alegre o escrita con humor hasta Fernández de Lizardi, quien al iniciar la publicación de El periquillo sarniento en 1816, se convirtió también en el precursor de una novela americana que seguía el esquema de la novela picaresca española. Y de ahí hasta la primera mitad del siglo XIX, con Fernando Orozco y Berra, quien a pesar de tener una orientación abiertamente romántica, en su breve vida alcanzó a dar un poco de aire al género de la comedia con obras como La amistad y Tres aspirantes.

No deja de ser llamativo pues que el humor en la literatura mexicana inicie hasta 1943 con El gesticulador, de Rodolfo Usigli, quien aborda la sátira social como ningún otro escritor hasta hoy. Después de Usigli surgen otros autores dispuestos a romper con la solemnidad de la obra literaria, entre ellos Renato Leduc, Salvador Novo, Juan José Arreola, Jorge Ibargüengoitia, Hugo Hiriart, Daniel Sada y, esta vez, Héctor Manjarrez.

Por momentos inverosímil, por momentos inquietante, capaz de avivar la más reservada curiosidad, la historia que nos cuenta Manjarrez en El otro amor de su vida es en verdad una provocación al lector y a la propia realidad: sobreentendidos y malen-tendidos, acrobacias y riesgos. Tras la comedia se esconde un mundo a veces doloroso y siempre humorístico: es la narración de un modo de ver la maltrecha relación entre el hombre y la mujer en el mundo contemporáneo, también una ética y una estética de la comedia que podía escribirse a finales del siglo XX.

El humor de Héctor Manjarrez ha cambiado en este libro: pasó del negro a un color extraño, entre gris y púrpura, y el amarillo de la bilis que da su último color a esta comedia delirante pero muy real donde elementos cotidianos como el teléfono, un cerrojo, la policía, encuentros fortuitos y desencuentros deliberados, las huidas, las visitas inesperadas y las colillas de cigarro, se transforman en componentes de un infierno festivo, e imprimen un sabor extra a los enredos en los que la protagonista sabe hábilmente meterse.

Ella misma, Concepción Retama —retama es el nombre de un árbol de corteza verde, suave, con tronco bien desarrollado y ramas armadas de espinas—, la inefable heroína de la comedia, nos invita a seguirla de muy cerca a través de sus reflexiones y de su comportamiento hecho de impulsos incompatibles con lo que reflexiona, hasta que el lector se pregunta por fin: ¿Qué es una mujer de nuestros tiempos? ¿Qué busca, qué necesita, qué rechaza?

Esta novela es una rareza, no sólo dentro de la obra de Héctor Manjarrez, sino de la literatura en México. Una comedia mexicana, sin duda, casi teatral y sumamente divertida, repleta de incidentes burlescos, de ideas que jamás se realizan, y de continuas emociones contradictorias entre los protagonistas. La maestría con que Manjarrez nos lleva de la mano a lo largo de toda la obra se completa, para fortuna del lector, en un final inesperado y felizmente certero.

Micrós, México.
4 de enero de 2000

* Publicado en la revista Astillero, núm. 1, abril-mayo de 2000

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