viernes, 11 de mayo de 2001

Daniel Sada, Albedrío

Albedrío
de Daniel Sada
Tusquets. Colección Andanzas
México. 2001. 218 pp.


por Cosme Álvarez

Una fábula vastamente conocida nos refiere que el porvenir del hombre fue determinado por el primer hombre, quien tuvo la gracia no divina de elegir su propio destino: el de la libertad, desobedeciendo el mandato de Dios.

El acto de Adán configuró fortuitamente la historia del alma humana, cuya palabra secreta es «Albedrío». Por eso «de ayer es la historia de hoy»: la del hombre que es todos los hombres; la de los otros que, fatalmente, son nosotros; la historia de los límites perdidos —ayer, hoy— entre la libertad de elegir y actuar, y la inmarcesible ilusión del porvenir por medio de la voluntad. Quizá se trata de un tema tan antiguo como la muerte, donde el deseo de futuro se confunde con el futuro del deseo mismo en un contrapunto ilimitado.

Imaginemos que media docena de personajes irrepetibles recorren territorios infinitos en el más reducido espacio de una camioneta de redilas que, a su vez, apenas avanza distancias en el norte mexicano. Podría tratarse de seis o siete lugareños que niegan y afirman consecutivamente el albedrío, después de tomar la decisión inesperada de convertirse en húngaros por propósito y por deseo, pero también por la pura intención del deseo que los mueve a dejar de ser lo que eran en sus pueblos. Supongamos pues que por una elección azarosa esas personas se llamen Manducho, Concepción y Policarpio, Luis Cesáreo, Olga Nidia y Filiastro, e incluso el nombre de Jesús disminuido: Chuyito.

Manducho sería el jefe del grupo, tal vez por la fatalidad, o porque porta las llaves del camión que lleva a ninguna parte y siempre vuelve sin fortuna. Concepción acaso viviría un sortilegio peculiar, pues parece estar predestinado a las mordidas de los perros en cualquier parte. Policarpio viene y va como la suerte, y en su andar de un lado a otro se parece a la chiripa.

Luis Cesáreo haría las veces del mago: obedecería los decretos de la luz que las estrellas reflejan casualmente en la vaga superficie de una piedra: su amuleto, el que dice —o el que le dice— los caminos que deben seguir los otros y él mismo, siempre movidos por hilos como marionetas. Olga Nidia, quien al crecer será la novia de todos ellos, estimularía el deseo de la intención y quizá será la causa del destino que al final tendrán los húngaros apócrifos. Filiastro, el gigante, el mago desplazado, el desertor, podría soñar un doble porvenir irrealizable: el de escoger libremente su camino y el de obrar por determinación propia. Sanfrancisco Martínez, ayudante del alcalde de Sacramento, sería una posibilidad dolorosa de este mundo que se construye a partir de la contingencia. Todos son libres de elegir, de aprobar o rechazar, pero, al hacerlo, determinarán el destino de los demás.

Chuyito —quien llegará de polizón al grupo y más tarde podría convertirse en una enana barbuda—, sería tal vez un niño que huye de su casa para vivir, en la carne y en el alma, el azar que configura cualquier destino: «avanzando como empujado por algo, tras los hilos de una idea cuyas pautas se conectan en lo alto». Chuyito, como cada uno de nosotros (más tarde o más temprano), descubrirá en el desierto que no hay lugar adónde ir.

Las probabilidades para esta historia son tan nulas como infinitas; lo son también para los personajes, quienes sin duda con el tiempo, y con algún sobresaltado enternecimiento del alma, se nos harían personas entrañables, extrañas, excéntricas. Los vemos habitar un camión que es un hogar y no es ningún sitio; se ganan la vida proyectando una película que no empieza ni termina; llegan a lugares donde una vez vivieron y, siendo otros, no dejan de ser ellos mismos: los hijos de las circunstancias, del azar, del entorno, de las creencias que oscuramente se vuelven una ley para sus vidas. Cada uno, de existir —ya por separado o ya en grupo—, avivaría la sentencia proferida por Ernesto Sabato: «La fatalidad es un hombre en busca de su destino».

Tusquets ha impreso la segunda edición de Albedrío, sin duda una de las mejores novelas de Daniel Sada, y también una de las más grandes obras publicadas en México en los últimos treinta años. Al hablar de Albedrío, Carlos Fuentes nos da la noticia de que se trata de «una revelación para la literatura mundial».

Micrós, Ciudad de México
11 de mayo de 2001
Publicado en la revista Textos. Tercer aniversario
Número 9/10, enero-junio de 2003


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