jueves, 14 de noviembre de 2002

Roberto Vallarino, In memoriam

por Cosme Álvarez

Martes 12 de noviembre de 2002
Cerca de las dos de la mañana del día 13 de noviembre de 2002, una llamada telefónica interrumpe mi sueño. Es Iván Lombardo Huerta, mi neigbor, quien con voz herida me dice suavemente que Roberto Vallarino murió. Lo suelta como si quisiera sacarse una espina del cuerpo.

—Neigbor... Acaban de informarme que murió Roberto...
Después nada, silencio, un pesar de vacío en la duermevela.
—Neigbor —digo yo ahora, sin entender que estoy despierto—, voy a colgar.
Enseguida me deshago del auricular y lo dejo caer sobre la alfombra.


*  *  *

Miércoles 13 de noviembre de 2002
Cecilia y yo estacionamos el automóvil frente a un edificio que recuerda la arquitectura de los años cincuenta. Hace frío en la Ciudad de México, siempre hace tanto frío durante las noches, pero yo no tiemblo a causa del clima; es esta sensación de incredulidad, de fenómeno irrreal que implica acudir a una cita donde fatalmente habrás de hallarte con lo que rehúyes.

Mi mujer y yo subimos por la escalera de la casa y entramos en una habitación rectangular. Hay mucha gente, unos de pie, los otros sentados. En un extremo distingo a Adriana Moncada, la querida Dany, entonces el nudo en la garganta, que parece atarme los pies al suelo.

Cecilia me anima con un argumento amoroso y camino hacia donde sé que habrá dolor. Adriana conversa con algunas personas y aguardo unos segundos detrás de ella. Adrianita y Daniela Vallarino Moncada me miran y su saludo afligido y grave hace que Dany voltee.

Nos observamos un instante, petrificados por el horror de lo que es cierto, y ya fuera del tiempo le ofrecí mi condolencia en un abrazo. A ella se le agolparon las lágrimas en los ojos, o quizá se condolía por ver el llanto atrapado en mis facciones. Me dijo algo al oído, un reproche que en realidad era un reclamo a la vida.

Fue hasta ese momento que la muerte de Roberto se hizo real en mi conciencia y en el alma.

*  *  *

Mientras Cecilia y Dany conversaban, me acerqué a saludar a Andrea Huerta y a otras cuantas personas que la acompañaban. José de la Colina se hacía el gracioso con aquel grupo y en ese momento sentí un ligero zarpazo de odio por su fatua necesidad de protagonismo; platicaba a gritos alguna anécdota relacionada con Vallarino, y reía extendiendo los brazos para dibujar con las manos lo que su vocabulario no le permitía hacernos ver.

La escena no duró mucho para mí. Cecilia y Dany me llamaron y juntos pasamos a un cuarto adyacente. Es una habitación en penumbra, de menor tamaño que la anterior; el variado olor de las flores y las coronas del duelo le confieren una atmósfera sombría. Del lado izquierdo distingo unas cuantas siluetas acomodadas en un largo sofá; a la derecha las hojas de una corona circular rozan mi mejilla y doy un paso al frente.

Me siento extraviado y deshecho delante del ataúd que han situado al centro de la recámara; lo rodean cuatro pilares de metal, iluminados en la cresta por cuatro cirios de llamas tenues. No me atrevo a seguir adelante.


*  *  *

Mis ojos gradualmente se acostumbran a la media luz y lo primero que advierten es una de las escenas más conmovedoras que he presenciado en toda mi vida. Junto al féretro, sentado en la silla de ruedas, se encuentra mi querido amigo y maestro Juan García Ponce. La expresión de su rostro me estremece hondamente y no tardo en saber que además de Dany y las niñas es el hombre más entristecido en aquella casa. Sus ojos no dejan de mirar el ataúd; a pesar de la enfermedad que hace décadas ha ido paralizando su cuerpo, la firme huella del desasosiego crea un gesto doliente en su boca. Me acerco a él, le beso la frente en son de simpatía y respeto, y de inmediato me retiro hacia una esquina, conciente de que temo ver el cuerpo de Roberto dentro del ataúd.

*  *  *

José Roberto Vallarino Almada nació el 21 de febrero de 1955, en el estado de Sonora, al noroeste de México; falleció a los 47 años de edad en la Ciudad de México, el 12 de noviembre de 2002.

Desde muy joven, Roberto Vallarino comenzó a crear una obra poética considerada una de las más novedosas de habla hispana. En 1975 obtuvo el Premio Diana Moreno Toscano con un jurado formado por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Juan José Arreola y Héctor Azar. Un año después, en 1976, fundó y dirigió la revista Cuadernos de Literatura.

Poeta, ensayista y narrador. Fue agregado cultural de México en Yugoslavia; investigador en la Universidad de UTAH; profesor invitado en el Gettysburg College; asesor del Programa Cultural de las Fronteras; coordinador de la colección Letras Nuevas de la SEP; fundador y director de Cuadernos de Literatura; fundador de Unomásuno.

Colaboró en Cuadernos de Literatura, Diorama de la Cultura, El Zaguán, Excélsior, La Semana de Bellas Artes, Plural, Revista Universidad de México, Vuelta, Sábado, y Unomásuno. Formó parte del Consejo Editorial de la revista Astillero. Becario del Centro Mexicano de Escritores, en poesía, 1976, y en ensayo, 1978; y de la Fulbright Grant, 1988.

En 1998 fue Artista en Residencia en España, atendiendo una invitación de Fundación Valparaíso. Miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 1999. Premio Diana Moreno Toscano 1975.


OBRA PUBLICADA:

Antología:
Los grandes poemas del siglo XX, PROMEXA, 1979.
Salvador Novo. Sus mejores obras, PROMEXA, 1979.
Antología del primer encuentro de poesía joven en la frontera norte de 1984, SEP, 1986.

Cuento:
El rostro y otros cuentos, Leega, 1986.

Ensayo:
Textos paralelos, UNAM, 1980.
Conversaciones con Octavio Paz, UNAM, Material de Lectura, núm. 8, 1987.
Taller, Taller poético y Tierra Nueva por sus protagonistas, UNAM, 1989.
Apuestas y certidumbres, Beatrice Trueblod, 1994.
Byron Gálvez, tocar lo intangible, Ediciones del Equilibrista, 1997.
Catorce perfiles, UNAM, 1997.
La ventana del obispo, UAM, 2000.

Literatura para niños:
Durero 4, Taller Sebastián/Petra, 1996.
Brancusi 4, Taller Sebastián/Petra, 1997.
Leonardo 4, Taller Sebastián/Petra, 1998.

Novela:
Las aventuras de Euforión, Edivisión/Diana, 1988.
Fin de verano en Donosti, SEP, Letras Mexicanas, 2000.

Poesía:
Cantar de la memoria, AEM, 1977; CONACULTA/ Plaza y Valdés, 1989.
Elogio de la lluvia, UNAM, Cuadernos de Poesía, 1979.
Invención del otoño, UNAM, Poemas y Ensayos, 1979.
Crónicas cotidianas, Katún, 1982.
Exilio interior, FCE, 1983.
La conciencia de la duda, UNAM, El Ala del Tigre, 1993.
Tedium vitae y otros poemas de sombra y luz, UAM, Margen de Poesía, núm. 62, 1997.
Las noches desandadas, UANL/CONACULTA, Los Cincuenta, 1998.
Prometea de la sangre. El resucitado, FCE, 2003.

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Foto: Archivo de René Avilés Fabila

El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

Invitación

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