lunes, 20 de junio de 2016

CARTA PÚBLICA A ENRIQUE PEÑA NIETO


Enrique Peña Nieto, presidente de la República;
Aurelio Nuño Mayer, secretario de Educación Pública;
Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación:

Lo ocurrido el domingo 19 de junio de 2016 en Oaxaca puso ante los mexicanos un límite que nunca debimos rebasar. Es necesario corregir el rumbo y buscar por todos los medios legítimos y pacíficos la solución del actual conflicto entre los maestros y el gobierno.

Pedimos que de inmediato cese la violencia. Pedimos a los más altos funcionarios gubernamentales y a los maestros que se sienten a dialogar públicamente. Pedimos que se emprenda una revisión seria y rigurosa de la reforma educativa.

Firman:


David Huerta (Premio Nacional 2015)
Hugo Hiriart (Premio Nacional 2009)
Juan Villoro (miembro de El Colegio Nacional)
Verónica Murguía (escritora)
Pablo Ortiz Monasterio (fotógrafo)
Óscar Alzaga (abogado)
Lázaro Tello Pedró (estudiante universitario)
Xaidé Esquivel Flores (estudiante universitaria de maestría)
Ulises Bravo (profesor universitario)
Miguel Napoleón Estrada (trabajador universitario)
Adriana González Mateos (profesora universitaria)
Clara Rojas (divulgación de la ciencia)
Francisco Hinojosa (escritor)
Marco Antonio Huerta (escritor y traductor)
Ana Romero (escritora)
Grecia Monroy (profesora universitaria)
Ishtar Cardona (profesora universitaria)
Marcos Límenes (artista visual)
Carlos Ulises Mata (trabajador de la Universidad de Guanajuato)
María Cristina Vargas (IBBY)
Fabricio Vanden Broeck (ilustrador y editor)
Francisco Torres Córdova (escritor)
Sonia Zenteno (editora)
Libia Brenda Castro (editora)
Lorena Uribe Bracho (investigadora universitaria)
Kundalini Muñoz (profesora en la UNAM)
Miranda Quijano (editora y postproductora)
Carlos María Domínguez (escritor uruguayo)
Juan Pascoe (impresor)
Elisa Corona Aguilar (escritora)
Gabriela Damián Miravete (escritora)
Felipe Vázquez (crítico literario)
Alicia García Bergua (poeta)
Lucía Uribe Bracho (actriz)
Bernardo Fernández BEF (artista plástico y escritor)
Valentina Quaresma (estudiante universitaria de maestría)
Gabriela Silva (estudiante universitaria de maestría)
Luis Vicente de Aguinaga (poeta)
Elia García (editora)
Eduardo Hurtado (poeta)
Marco Noguez (profesor universitario)
Verónica Flores (agente literaria)
Horacio Ortiz (escritor)
Ernesto Méndez (fotógrafo)
Norohella Huerta (lingüista)
Rafael Ramírez Priego (arquitecto)
Lucrecia Orensanz (Círculo de Traductores)
Alicia Pastrana (profesora universitaria)
Miguel Álvarez de la Peza (historiador)
Noel René Cisneros (escritor)
Antonio Malpica (escritor)
Jezreel Salazar (profesor universitario)
Claudia Canales (historiadora)
Carlos Campillo (doctor en medicina)
Arnoldo Kraus (escritor y médico)
Jorge F. Hernández (escritor)
Ana Soler (bióloga)
María José Rodilla (profesora universitaria)
Alejandro Magallanes (artista plástico)
Juan José Reyes (escritor)
Cristina Rivera Garza (escritora)
Naief Yehya (escritor)
Martha Elena Lucero (editora)
Emiliano Delgadillo (estudiante de maestría)
Benito Taibo (escritor)
Laura Lecuona (editora y traductora)
Ricardo Peláez (artista plástico)
Eduardo Clavé (editor)
Alisma de León (escritora)
Luis Alberto Arellano (poeta)
Pablo Soler Frost (escritor)
Cosme Álvarez (escritor)
Claudia Ramirez (actriz)
Luis Mario Moncada (dramaturgo)
Alejandro Álvarez (pintor)
Tepito Arte Acá (Compañía teatral)
Marycarmen Trejo (psicoanalista en género)
Malú Huacuja del Toro (escritora)
Patricia González (economista)
Huberto Batiz Martinez (escritor)
Jesús Martínez Malo (psicoanalista)
Jessica Bekerman (psicoanalista),
Sara Calles (Productora)
Ximena Cuevas (Videoartista)
Cecilia Mingüer (gestora cultural)
Jaime Ruiz Otis (artista plástico)
Alejandro Espinoza Galindo (escritor)
Gabriel Wolfson (profesor/escritor)
Emiliano Monge (escritor)
Antonio Ortuño (escritor)
Julián Herbert (escritor)
Carlos López Beltrán (profesor)
Gabriela Méndez Cota (investigadora)
Gabriela Olmos (escritora)
Carlos Alcocer (cineasta)

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lunes, 6 de junio de 2016

José Manuel Recillas: el gran ausente de mi generación

por Cosme Álvarez





José Manuel Recillas (izq.) y Cosme Álvarez
Hace unos días, José Manuel y yo salimos a vagar por el centro de Coyoacán y dimos con dos librerías. En ambas casi mareaba la sobrepoblación de novelas y libracos de moda en los estantes y en las mesas, y aún así tuvimos el impulso de preguntar si alguna sección alojaba tomos de poesía. En los dos locales nos remitieron a la parte más baja de un mueble, situado en uno de esos rincones que generalmente pasan inadvertidos, y en el que había, cuando mucho, 20 títulos. Me pareció al mismo tiempo natural y paradójico que así fuera, pues ya se sabe que en este país ahora hay más poetas que lectores de poesía. José Manuel literalmente tuvo que sentarse en el suelo para mirar de cerca aquella fila escuálida de títulos, y al sentón la desazón, porque no halló uno solo que pudiera interesarle. Menciono al paso esta anécdota para situar dónde se halla la poesía en nuestros días, y también para decirle a Recillas una frase que es usual en el ambiente de los músicos, pero que puede adaptarse a esta ocasión: “José Manuel, bienvenido al mundo editorial de la poesía, que hambre no te va a faltar”. Pero bueno, las presentaciones de libros tienen, sin embargo, una nueva finalidad para el poeta: por necesidad se han convertido en librerías de paso, en las que los asistentes compran al menos un ejemplar y el poeta respira y se alegra.
José Manuel Recillas, poeta de talento, escritor riguroso, lector ávido, crítico sagaz, y no menos entusiasta traductor, nos ha reunido esta tarde para hablar de su libro, o debo ser más claro: de su espléndido libro El sueño del alquimista. Recillas era, hasta hace unos meses, el gran ausente de mi generación. Una generación peculiar, pues de ella han salido varios de los mejores narradores, poetas y músicos de México en la actualidad.
Nuestra generación comenzó a escribir poemas a finales de los años ochentas e inicios de los noventas del siglo xx, a la luz o a la sombra de las vanguardias. Antes de eso leímos a los clásicos latinos, a Petrarca y a Dante, a Villon y a los españoles del Siglo de Oro, y de México a Sor Juana, a los románticos y a los modernistas, y casi todos nos encendimos con Villaurrutia, Owen, Gorotstiza y Pellicer; otros, los menos, con Jorge Cuesta y Ortiz de Montellano, es decir, con los poetas que se reunieron en torno de las revistas Ulises y Contemporáneos. Tras ellos leímos a Rimbaud, a Mallarmé, a Valéry, y también a T.S. Eliot y a Ezra Pound, y fuimos hasta cierto punto víctimas de los traductores españoles y argentinos, pero cada poeta nombrado sobrevivía a su traductor. Sólo más tarde llegamos a George Trakl y a Pessoa. La generación de Octavio Paz, y Paz en particular, generaba admiraciones y rechazos. “Piedra de sol” era un poema y un enigma (algunos incluso queríamos saber quiénes eran en la vida real las mujeres que mencionaba el poema), pero Los hombres del alba, de Efraín Huerta, no sólo era un libro de poemas sino una llama, o mejor: una antorcha que iluminaba el sendero hacia poetas como José Carlos Becerra y José Emilio Pacheco, autores que nuestra generación leyó en la preparatoria o en los años universitarios. Fuimos influidos por las vanguardias del siglo xx, admiramos a Vallejo y a Huidobro, no obstante, empezamos siendo ortodoxos: estudiamos con esmero el endecasílabo, escribimos sonetos, octavas reales, casidas y silvas, pero más allá del traje sastre de las formas y los remedos, para nosotros había ya un nuevo enigma por resolver: nuestros propios temas. Qué decir y cómo decirlo se volvió entonces el sendero que cada cual tenía que recorrer a solas.
Dije que José Manuel Recillas era el gran ausente de mi generación, pero es una noticia inexacta. Si bien tardó más que los otros en publicar libros, estaba siempre ahí, escribiendo, leyendo, dando de palos a la tristeza y, sobre todo, viviendo hondamente lo que sólo años más tarde se transmutaría en poemas.
Nuestra generación comenzó a publicar a inicios de los años noventas. Todos aquellos escritores éramos, naturalmente, un signo de interrogación, muchos lo somos todavía, pero entretanto José Manuel Recillas no dejaba de trabajar en sus libros cada día. Sus amigos seguían publicando, otros ganaban premios y becas del Conaculta (ese diseño estatal para mantener distraído al escritor), pero Recillas se mantenía lejos, al margen, ausente. Sabíamos que escribía, que nunca había dejado de escribir, pero ¿dónde estaban sus libros? Claro, tenía, como todos nosotros, su libro noventero, La ventana y el balcón, publicado en 1992, pero de alguna manera seguía siendo el gran ausente. Sólo al final del siglo xx publicó en Práxis otro libro, me refiero a la primera edición de El sueño del alquimista (1999), el mismo que hoy presentamos Roxana Elvridge-Thomas, Manuel Andrade y yo, y hasta el 2003 hizo una nueva entrega, Entre el sol amarillo del escombro, que se publicó en Montevideo. Pasaron otros seis años de silencio, hasta que en 2009 se publicó Sidereus nuncius, pero su trabajo, lamentablemente, se nos había perdido de vista.
Celebro con entusiasmo que José Manuel Recillas ya no sea el gran ausente de mi generación, que esté convirtiéndose poco a poco en una presencia notoria entre los poetas de este siglo xxi mexicano, que se halle ganando premios y menciones, y desde luego me alegra que se encuentre preparando la próxima aparición de media docena de libros. No sé qué piensen Manuel y Roxana, pero yo tengo la impresión de que José Manuel nos la debía.
El sueño del alquimista es posiblemente el primer libro de Recillas, me refiero a esta segunda edición, hecha por el Fuego rojo de la amistad y la inteligencia. Es casi como el de la primera edición de 1999, pero ese casi lo vuelve otro libro, no sólo por el trabajo que José Manuel ha hecho a los poemas, consiguiendo el tono que siempre requirieron estos versos de hondo dolor, sino porque además nos obsequia (iba a decir: nos da en ofrenda, como si se tratase de los antiguos ritos mayas o yoremes), nos entrega con valentía un apéndice estremecedor, no una bitácora plañidera y autocompasiva, sino un diario del horror, que al final apuesta por la celebración de la vida. Es verdad que los poemas del libro no requieren del apéndice porque son poemas muy bien logrados, que dicen o gritan lo que el poeta había contenido en el vientre como un aullido; pero el diario nos acerca al corazón del hombre que está detrás del poeta, de este gran ausente que era Recillas. El Apéndice es un registro del horror pero el poeta es el alquimista que en sus poemas transfigura la experiencia del dolor y el horror en realidad humana y colectiva. Se necesita valor, talento, y quizá de fuego en la sangre para transmutar la experiencia personal en arte, en visión y relato colectivo, para zafarse de la cuerda que ata al solipsismo y hacer visible que lo que le ocurre a un hombre está ocurriéndole a todos los hombres, para verter el agua propia en la gran corriente de la experiencia humana. ¿Cuál otra cosa podría ser el sueño del auténtico alquimista? Como amigo y lector de José Manuel advierto que el poeta Recillas lo ha conseguido, que ha logrado ir más allá del dolor para apostar por el elixir de la vida. Podría leerles al menos doce poemas del libro que justifican mis palabras, pero esa es tarea de José Manuel. Luego entonces, le cedo la palabra.

Coyoacán, martes 31 de mayo de 2016
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El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

Invitación

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