jueves, 1 de septiembre de 2016

Cambiante, igual a sí mismo. Acerca de Puzzle, de Óscar Paúl Castro

Por Leonel Rodríguez
(poeta mexicano)




Tomo dos acepciones de Puzzle, según mi diccionario: 1. Algo, un juguete o un juego, que pone a prueba nuestro entendimiento. 2. Acción de aclarar o resolver. En un título de poesía esta palabra nos indica la intención de resolver por medio de la presentación del problema. Las propias palabras son el nudo y resolución.
Algunos poemas de Puzzle de Óscar Paúl Castro (México, 1979) fueron publicados en la antología de poetas Los límites acordados (2000); otros aparecieron en la antología 1979, de 2005, que reunió a cinco poetas sinaloenses o afincados en esa tierra, nacidos en ese año del título. El libro que se comenta aquí es el primero en solitario del poeta. Al leer estos poemas en su forma actual se disfruta en ellos el regusto y la sobriedad de los temas verdaderos de su pluma, también la manera de expresarlos que, al aparecer con leves variantes en el tiempo, sólo fortalecen el sentido y la seguridad de una voz que no grita, más bien labra en no demasiadas, cuidadas, piedras las señales del silencio, del relámpago, de la oscuridad.
         El puzzlement (extrañamiento, intriga) que se alebresta en uno al descubrir en estos poemas lo contrario de la tristeza, desde algo parecido a ella, está expresado en el verso que dice: la luz oscurece aquello que amamos y es efecto de la novedad de las relaciones entre las cosas que nos trae la obra y el reordenamiento de nuestra percepción. La presencia sin más es relación y realidad instantáneas. A esto puede llamársele poesía. Este comentario acerca de Puzzle no pretende agotar su sentido ni las alusiones que despierta y pone en juego. Sin duda se trata de un libro para la relectura; probado por el tiempo, posee la coherencia de las obras que nos permiten participar en ellas haciéndolas espacio de nuestro interior en la forma externa de un libro, de una voz otra.

El libro se divide en tres secciones: “Declaración de sombra”; “Archipiélago”; “Puzzle”. La segunda es un poema dividido en 13 partes de dimensiones que van de las siete líneas –esbeltas-, al renglón único. Su título, “Archipiélago”, ya nos señala su intención de unidad a través de los fragmentos, además de emparentarlo con el título general del libro: partes diseminadas formando una totalidad, piden lo que sólo una contemplación ofrece, que es el sentido de orden, una imagen del todo sólo asequible en el descubrimiento o invención del sentido.
Resolver el acertijo, disolver la extrañeza: separación que nos pone lejos de aquí; nostalgia, como lo muestra el poema o fragmento 4, que se sirve del juego de caleidoscopio hecho célebre entre nosotros por Xavier Villaurrutia. Leamos:

Amor
-haz ido-
ácido
asido
ha sido
el corazón
de la nostalgia

Parece decir que la nostalgia tiene un centro, un corazón que cae y es siempre el mismo en sus transformaciones. El hombre puede decirlo, mas no asir definitivamente, él mismo fugaz. El archipiélago es dispersión que pide ser contemplada como tal: dispersión cuyo centro es mudable, irreconocible. Entonces, la escritura es mostrar lo que hace falta y se aclara el acertijo de la situación:

No hay nada que decir:
fue el silencio
el que me abrió los ojos

Archipiélago. Fragmentos de tierra, de palabras. Incluyen en su nombre el mar que une y separa, ese mar de la contemplación, de vaivén, silencio donde se permite vagar, acercarse a cada una de las playas de estos cantos. Se trata de un poema que enseña su rostro alzándose desde las aguas –pero no del todo. Nos deja a los lectores esa facultad de vagancia que es la última palabra o mirada.
         El descubrimiento de este poema, ¿será la intuición del corazón del hombre, o sea: el hombre, nómada, siempre el mismo, sin que pueda decirse: “ya lo sé”? Y de esto es la nostalgia: del desconocimiento, de la ignorancia. Puede decirse, para recordar por segunda vez al poeta de “Nocturno mar”, que se trata de una nostalgia de la muerte, entendida como aquello que rodea, un antes, un después, un aire entretejido a la isla de vida.

La tercera sección del libro porta el título del mismo. No contiene ninguno de los poemas que aparecieron en las antologías señaladas al principio de este comentario. En las primeras dos divisiones del poemario hemos animado la voz de quien que ha visto el cielo del mundo: visiones del tiempo, verdades patentes, cíclicas. La tercera y última sección, comienza con los “Poemas para una exposición”, donde se reflexiona –es decir, se suaviza, se matiza- acerca del arte y el encuentro. La belleza del decir ha cambiado: de inscripciones en los árboles, en piedras que se leen al remontar o descender, la voz ahora no está enhebrada tan prominentemente con cimas sino con el caminar. La voz parece conversada, es directa, aunque de amplio aliento. Al poeta le importa más que antes la experiencia de haber conocido a otro, la mujer. No habla en abstracción exacerbada, más bien lo hace con voz del que siente venir la sangre y del que ha quedado a solas al retirarse su marea.

Puzzle de Óscar Paúl Castro. ¿Cuál es la trayectoria de este desafío? Los primeros poemas iluminan: relámpagos sin trueno, luces en la noche. Está el tono de quien escribe en la altura; desde ahí advierte los choques de las nubes, sus mudanzas. Puede hablar del olvido y de nadie. Pero no se siente de veras solo; lo acompaña la fuerza que lo ha impulsado a subir y mirar. Habla como prediciendo la trama de la vida allá abajo, en el suelo, en el calor detenido (aunque sea cíclico y no esté definitivamente detenido): donde las apariencias cambian y las visiones certeras se trozan, intercambian lugares. Aquí, en esta vida que se comparte, el olvido tiene importancia; quiere decir que hemos soltado una posibilidad, y ya no se trata de futuro deseado, siempre más allá; se trata de la extrañeza, jubilosa o no, de estar vivo y mirar sin dominio.

REFERENCIA: Óscar Paúl Castro. Puzzle. Culiacán: Andraval ediciones, CONACULTA, INBA, 2013. 78 p. (Punto luminoso, XV).
(Regresa al Índice general)
Leonel Rodríguez (México, 1978)

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