sábado, 1 de octubre de 2016

Actividad paranormal en México

Por Alejandro Licona
(escritor y dramaturgo mexicano)




Hay tres temas probados para convertir a la más apática tertulia en un hervidero de dimes y diretes donde no han de faltar los sarcasmos, descalificaciones e insultos y estos son religión, política y fantasmas. En honor a la verdad los dos primeros temas están en vías de extinción. Defender a la iglesia es una batalla de antemano perdida pues basta mencionar a Marcial Maciel y amigos que lo acompañan para derrumbar cualquier argumento a favor de esta institución que se empeña en vivir y pensar como en el siglo XIX. En la política sucede algo parecido pues todos los partidos se han esmerado en demostrarnos que son la misma basura y que sus integrantes, con honrosas excepciones, están cortados por el mismo patrón de corrupción e ineficiencia. El único tema que mantiene un
Varezal. La visión después del sermón. 2012
razonable respeto y una duda diplomática son los fantasmas. Cuando a mí se me pregunta si creo en la existencia de los espectros suelo responder como aquellos españoles que hace siglos fueron comisionados para investigar si habían meigas (brujas) en la Madre Patria y ellos, tras exhaustiva búsqueda concluyeron: no creemos en  las meigas, pero de que las hay, las hay.

Yo pertenezco a esa generación donde eran comunes y bien vistas las familias numerosas. Nosotros fuimos 9 hermanos, los González 10 y los Bremen 12 y todas estas familias vivíamos en departamentos de 70 metros cuadrados, allá en la San Miguel Chapultepec. Mi pobre madre por supuesto no se daba abasto lavando, cocinando y golpeando hijos por lo que pidió ayuda a varias señoras para le echaran la mano con el planchado. Ninguna de las primeras se quedó más de una hora, pues era labor harto difícil estar rodeada de escuincles ruidosos, que se peleaban, discutían o se agarraban a golpes. Era como estar en medio de un mitin de la CNTE, en una Asamblea de la ANDA o en una fiesta de 15 años en Iztapalapa. Mi mamá en vano nos pedía con argumentos contundentes (una cuchara de madera) que nos comportáramos. Sólo una señora se quedó. Se llamaba doña Trini y era una indígena diminuta de largas trenzas color ala de cuervo que al entrar a ese diminuto departamento se quedó impertérrita ante lo que semejaba un pleito de película de los 30, en una cantina del salvaje Oeste. Muy profesional humedeció la ropa y puso a calentar la plancha para comenzar a planchar sin mostrarse perturbada por el escándalo. Tras unos minutos nos dijo:

¿Ya les platiqué que anoche se me apareció la Llorona?

Esto fue suficiente para que nos calláramos y nos acercáramos a escuchar. Tras un rato el silencio era tal que mi madre a cada rato se asomaba para ver si seguíamos vivos. Estaba asombrada de vernos a todos sentados, con la espalda pegada a la pared oyendo atentos las narraciones de doña Trini que nunca utilizó el “Había una vez” sino “A mí me sucedió”. El terror que provocaban sus historias nos duraban varios días en los que nos negábamos a ir solos al baño, no fuera a ser que detrás de la cortina de la ducha estuviera el Charro Verde que arrojaba fuego por los ojos o la Llorona sentada en el guáter.

Pese a que nuestro país es rico en leyendas terroríficas, no existe una corriente literaria de horror como en el Reino Unido, Alemania y Estados Unidos. Yo tengo una teoría –que puede ser rebatida, por supuesto y es que en México no necesitamos que nos espanten por escrito, ¿o algo más aterrorizante que recibir un citatorio de Hacienda? ¿Cruzar la colonia Morelos por la noche? ¿O ir ya tarde en un microbús, siendo tú el único pasajero y ver que el chofer y su chalán se secretean mientras te miran a cada momento por el espejo retrovisor? Ante estas situaciones, el Drácula, el monstruo de Frankenstein y el Hombre Lobo, nos pelan la reata por inocuos.
           
Antes de continuar debo aclarar que no relataré ninguna experiencia –que las he tenido en un buen número de aparecidos o de poltergeist (o espíritus chocarreros como se le denominaba en mis tiempos) sino de una nueva faceta de lo paranormal en nuestro país, más concretamente en la Ciudad de México y que es de aterrorizar al propio Stephen King o de poner a temblar a H. P. Lovecraft. El primer exponente de esta actividad sobrenatural se encuentra en cualquier calle. Usted llega con su vehículo y se percata que no hay un ser viviente en muchos metros a la redonda y cuando se está
Jorge Robles. Provocación. 2013
estacionando… ¡Zaz! Se materializa ante nuestros ojos un tipo de pinta patibularia agitando un trapo para “ayudarnos” a aparcar correctamente. Una vez que descendemos, nos pide dinero “para que no le pase nada malo a nuestro automóvil”. Con esa velada amenaza, le entregamos un billete al ser del Más Allá quien tras recibirlo, se esfuma de una manera que pondría verde de envidia a David Copperfield o a Lance Burton. Horas más tarde retornamos por nuestro vehículo. Miramos hacia un lado y hacia el otro para comprobar que no hay nadie, pero basta encender el motor para que se materialice a nuestro lado dicha aparición, agitando una pringosa franela que alguna vez fue roja. Mientras escribo esto, los cabellos de mi nuca se me erizan de horror.

Una variante de esta aparición se encuentra en los baños o en los estacionamientos de establecimientos comerciales con el mismo modus operandi: uno procede a lavarse las manos en la soledad de los sanitarios y cuando agitamos las manos para librarlas del exceso de agua, repentinamente se aparece a nuestro lado un, no por silencioso menos aterrador, ser para darnos una toalla de papel. En la entrada de los estacionamientos está a un lado de la maquinita con la barrera y él oprime el botón para entregarnos el boleto y es que estos seres que parecen pertenecer a este mundo –vieran cómo me acuerdo del Pedro Páramo, de Juan Rulfo- tienen la curiosa idea de que somos un atajo de pendejos incapaces de estacionarse correctamente, de oprimir un botón o de tomar una toalla de papel.

Otros eventos inexplicables ocurren en las oficinas burocráticas donde al parecer están infestadas de chaneques empecinados en esconder los expedientes que necesitamos con urgencia.

¿Qué cree? No aparece por ninguna parte su archivo, joven –nos dice el empleado mientras le da una gran mordida a su torta de tamal verde, cuya salsa casi escurre por sus comisuras. Se queda esperando alguna reacción de nuestra parte y es cuando uno se inclina para hablarle de manera confidencial mientras se le desliza un billete, no para sobornarlo, sino para que dentro del archivo realice un ritual que calme a los duendes y así le devuelvan el expediente extraviado o cambiado de lugar. Estos burócratas son unos auténticos chamanes que no han sido debidamente reconocidos o ponderados.

Otra entidad se puede encontrar en los cruceros más conflictivos de esta ciudad. Viste uniforme de agente de tránsito y tiene por meta que no le hagamos caso al semáforo sino a él. El resultado de su actividad es que se forman unas congestiones de vehículos que no avanzan en ninguna dirección, haciéndose un nudo gordiano que tarda horas en deshacerse. A veces pienso que estos seres nunca tuvieron un juego de video en sus manos y que se entretienen echando apuestas de ver quién ocasiona el mayor atasco de tránsito. Como en ocasiones nadie les hace caso, es cuando van al semáforo para manipularlo con idénticos resultados.

Alguna vez un conocido me dijo que de haber vivido Franz Kafka en México, él hubiera escrito costumbrismo y razón no le faltaba. Mi país es, como lo aseveró don André Breton, un sitio surrealista donde lo fantástico es visto con naturalidad y hasta con hastío. Espero no haberles aburrido.

Hasta pronto.
                                                                                            Ciudad de México, a septiembre 12 de 2016
Alejandro Licona

ALEJANDRO LICONA. Es autor de más de 100 obras de teatro. Sus textos más representados son Abuelita de Batman, La que hubiera amado tanto, Cómo pasar matemáticas sin problema y Raptóla, violóla y matóla. Sus obras han sido puestas en toda la República Mexicana, así como en los Estados Unidos, Latinoamérica y España. Ha ganado premios en México y en el extranjero, como el Ricardo López Aranda, de España, en el 2001 por su obra La santa perdida. Como guionista de cine tiene 9 largometrajes y 6 home videos. En televisión ha participado en más de 20 series. Fue maestro durante 19 años en la Escuela de Escritores de la SOGEM, y actualmente imparte clases en el Centro de Capacitación Cinematográfica. Ha sido, numerosas veces, tutor de Talleres de Mejoramiento de Guiones Cinematográficos en la Sección de Autores del STPC. Tiene publicadas 7 novelas: Con pata de palo y parche en el ojo (SM), Mi gato habla, La mujer que veía fantasmas, El club de los jóvenes inexistentes y Un hombre y sus espectros (Editorial Progreso), que son infantiles,  Abran fuego, el niño que quería ser narco y La amante de Errol Flynn (Ediciones B), para adultos.
 

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