sábado, 1 de octubre de 2016

Casi silente

Por Héctor Iván González
(poeta mexicano)



                                              A Amparo Tena, mi abuela

Desde el titubeo
del silencio o tomar la pluma
me vuelco hacia el murmullo.

Todo ha sido tan súbito
que, bajo la grisura de la noche,
aún la tierra humea.

La tierra agitada y rasgada
que toma cuenta del paso,
cansino, titubeante, del hombre.

Mientras esta luz pálida
se reúne en el vacío,
inicio un himno de pocos.

No hay a dónde ir,
si es que hay que hacer algo
no es emprender el camino

Ni hay que tomar la calzada,
porque tu disolución,
tu enigmática partida,

ha sido suntuosa y grácil,
como el escampar de una lluvia
muy tenue, casi silente.

Dejamos la tumba
en primaveras,
aún surgen efluvios
de tus flores.

Un montículo de colores y pétalos
ahora te hace compañía,
Abuela generosa y solemne.

Abuela Amparo, triste eslabón con
un mundo impertérrito, de salmodias,
voces y rezos inacabables.

Noche milenaria de mi pasado
que me arraiga a la tierra,
a la sombra de una hacienda.

Ser de mil años, naciste enferma,
creciste madura como la perla,
beata sempiterna, cónyuge de Cristo.

Siempre te refugiaste en las misas,
en los inextinguibles rosarios
que tanto me exasperaban.

Tu voz era la de un cisne
que se aguzaba para el canto,
para retratar tu esperanza no-nata.

Tu infinita Fe en un Dios que
seguimos juntos brevemente pero
ahora me intolera.

Tu vida fue un perpetuo Viacrucis,
jamás aceptaste las muertes
de tus tres hijos y esposo.

Hablabas de una Rita, muerta de meses,
y de Jorge, a los que nunca vi ni oí,
pero que tu llevabas tan dentro
como se lleva el alma.

Fuiste una viuda perpetua,
expectante, que lo sabía todo al no saber nada,
con cabellos grises y ojos tenues.

No me gustaba tu olor a casa vieja
pero respetaba tu dentadura marmórea
y la devoción por tu desvelo.

Te sentí cobarde en tu deber de albacea
y llegué a sospechar que provenías de Lesbos,
eras una presencia andrógina por casta.

Un pasado, que desconozco,
contradiría mis barruntos
pero eras tan abuela, tan gélida,
que no podría pensarte sin
una hoz o un arado en lugar
de los costureros de las demás abuelas.

“Entre tus manos / Dejo mi vida, Señor”,
¿te acuerdas que repetías meliflua,
con el aletear de una mariposa, esa salmodia?

Puedo decirte que, mientras surge
un zumbido, hoy nos diste la paz
que tanto anhelabas en vida.

Ayer, sábado, y hoy domingo
–tus días dilectos por ser días del Señor–,
nos diste por lo que más rezabas.

Por fin hubo paz y concordia
en esta tu embrutecida familia,
hoy la música apaciguó a las bestias.

Hubo un convenio y el estrechar
de manos, que antes viste crisparse
y que hoy tú uniste, Amparo.

Lograste, con esa pelea con la muerte,
esa guerra impasible y dolorosa,
que hoy tus hijos fueran uno.

La paz de un sentimiento afín
en la tierra de las discrepancias.
El tan lejano silencio apagó el grito.

Sirvan estas líneas pergeñadas
al pie de tu tumba florida
para decirte que venciste al fuego.

Dejaste que la tierra disuadiera
a la noche de seguir alimentando
el aire de fantasmas con un rezo.


Héctor Iván González
Héctor Iván González (Ciudad de México, 1980) es escritor y licenciado en Letras Francesas por la UNAM. Coordinó y prologó La escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada (FETA, 2012). Fue becario del FONCA 2012-2013. Junto con Adriana Jiménez, editó y prologó El Temple deslumbrante. Antología de textos no narrativos de Daniel Sada (Postdata, 2014). Colabora en medios como Este País, Nexos, La Jornada, Revista de la Universidad, Crítica de la BUAP, entre otros. Acaba de publicar su libro de ensayos Menos constante que el viento  (Casa Editorial Abismos, 2015).


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