martes, 1 de noviembre de 2016

Poemas en el espejo

Por Luis Ernesto González Soto
(poeta mexicano)




Un día vio llover por largas horas
tras aquella ventana y su mano
con llanto inexplicable tendió en vano
al mirar su reflejo. ¿Por qué lloras?
le preguntó una voz en su interior.
¿Es que ha muerto la paz que sería tuya
y hoy es la soledad la que arrulla
tu infancia que en la lluvia se escapó?
Oyó otra voz que dijo: Cuando llueve
mira el niño al adulto que lo mira
y tras el vidrio sabe que su leve
sustancia de reflejo es la mentira
que fue verdad ayer y será siempre
la voz que soy, y soy melancolía.


Instante especular

A veces todavía cuando apago
la luz de mis quehaceres y mi tiempo,
apenas contra el miedo resguardado,
y la lluvia, mi amada, te contemplo.
Entonces el amor de tanta espera
inhabitable va, desde mi aliento,
a tus piernas. La sed, la sed eterna,
que pretendo saciar, sale al encuentro.
Un instante de espejo es mi guarida.
Lo que sin ti me mata me da vida
contigo, silenciosa, que al fin eres.
No te suelto, te digo no te vayas
y no me dejes nunca, mas tú callas.
Muerta la noche voy a mis quehaceres.


Búsqueda

“Accedo, a fuerza de cobardía,
al fondo de las cosas”.
E.M. Cioran

Vive preso conmigo, soy su puerta;
él es quien quiero ser, soy su reflejo.
Mas también soy innoble, mal espejo
donde somos los dos fusión incierta
del sueño de los dos, de madrugada:
aquel canto de siglos del poema
y las caricias nuevas a mi amada,
para ser y no ser, sin el dilema.
Al que llevo cautivo busco en mí
en las horas brillantes y en las penas,
en las noches de amor y de jardín,
en mi felicidad y la de ella.
Él casi goza del amor hallado,
casi lo miro alegre entre mis ojos,
siento su voz y asombro enamorados
y quiero ser ya él, ser yo del todo.
Siempre tan cerca está y está tan lejos
casi tan realizado, una silueta
en el trazo de pluma o el bosquejo
de todos mis empeños de poeta.
Pero me he acobardado en este lance
pues infancia decía: casi eres;
adolescencia fue y no fue mi alcance
capaz de dar con él en mis quehaceres.
Y luego fue el amor, es, sigue siendo
quien sustento le da, sentido y alma
a este habitar y ser hoy en el tiempo
la sombra que resguardo en alba clara
del prisionero y yo, de nuestra vida.
Acobardado busco y sé de fondo
que desde siempre soy No Todavía
Y sé que de mi búsqueda lo escondo
pues él nació, lo sé, en mi cobardía.


Al fin sin mí

Con la memoria florecida de vértigos,
ya en el leve declive de los días
descansé la cabeza
lejos, tan lejos de mis hombros
que miré al fin sin mí la vida mía.
No diré lo que vi
—el imán de los vértigos juega a alejar a Dios—
sino que supe verte sin que tú me miraras.
No fui el ave que canta para despertarte
sino el tic-tac paciente preso en el cubo odioso.
No fui el arroyo dócil al molde de tu cuerpo
sino el chorro doméstico guardado bajo llave.
No fui el rayo de Sol que prolonga tu altura
sino apenas un sorbo de tu primer café.
No fui el beso de uvas del amor elegido
sino un saborizante de anhelos para el día.
No fui el aroma de tu niebla celta
sino el de negra flor que saturó tu hastío.
Más allá de nosotros nos amamos.
Hoy tendrás una cita.
Hoy te daré el silencio para tener espacio
en tu habitual oído de ciudad comprimida.
Te daré de mis manos un aura de contacto
que quepa entre tus manos de mariposas tristes.
Te daré mis oasis atentos a tu sed
para que a tu espejismo no le sume otro espejo.
Te daré un fruto tuyo que corté de tu sueño
para que a tu mordida confiese quién no has sido.
Hoy te daré el aroma de una flor blanca y nueva
para que al fin lo sepas y me ames.
Hoy tendrá muchos leños esta hoguera blanquísima.
Hoy, en algún momento de la cierta hora incierta,
llevaré para ti los ojos que te han visto
cuando yo no era yo.


En el secreto

La salida de todo laberinto,
dice en la voz secreta
quien ha vuelto con vida,
es por arriba.
Espejo
en el espejo,
miro el punto de fuga,
asfixiante misterio que rezuma.
La voz secreta:
Callejón y reflejo no te pierdan.
Que la búsqueda tuya, la más humana,
convierta los espejos en ventana.


Reflejos vanos

Canta la alondra sobre una parcela
fatalmente sembrada de reflejos.
Al cazador que mueve el vil espejo,
su libertad de vuelo desconsuela.
Él la quiere rendida, mutilada
—así púdrese amor o fuego inerte—;
incubando dolor, cansancio y muerte,
perversa fe, de horror esperanzada.
Mas si en el brillo el ave corre riesgo,
duda del espejuelo el alma cierta
que protege su ser y no su sesgo,
y gira al fin y escapa. Descubierta
la trampa, el cazador carga su pesgo
y ya no puede huir de su luz muerta.


Remedos

I.
Zapatos, no piedras.
Apellidos franceses, no piel.
Jefes, trabajo ajeno, bonos de productividad.
Comida en celofán. Pocas opciones,
muchas marcas.
Vida por la ventana de la televisión…
depresión
off-on.
Auto, de cero a cien en seis segundos.
Amor, regalitos proveedores.
Viaja, viaja, pero nunca preguntes.
¿Enfermar? Cosa de pobres.
¿Morir? ¿Qué es eso? Tu seguro
te ampara, mientras le pongas números.
¿Hambre? Sí, en África. Ya di mi donativo.
Tus hijos citadinos borran las estrellas.

II.
En el pecho cabe el valle sembrado.
En los ojos el azul del cielo.
En tus piernas el salto que te salva.
Pero un mal día despertar fue dormir
y viceversa.
Fue después de esa noche sin tiempo
—cuando eras como un pájaro
o como un lobo—.

III.
Y de pronto, en una noche horrible
en que tarda el sueño, piensas:
¿Cómo sería mi vida hace dos siglos?
¿Yo sería yo?
¿Y si se va la luz de aquí a fin de año?
¿Qué quiero hacer si mi gente no está?
¿Cómo se calma la angustia sin computadora?
¿Qué no compra el dinero
por el que alcanzo, dicen, la alegría?
¿Cómo serían mis hábitos si no tuviera
este miedo premiado?

IV.
Muy poco más.
Es mejor no pensar en estas cosas.
Tu pequeño destino, así, brillante,
enorme en el espejo solipsista,
no puede resistir a la intemperie.
Qué comezón de vida
bajo este traje astronauta
en tu propio planeta.


El bien inevitable

Noches inquisidoras, cuerpo roto,
un grito cráneo adentro,
madrugada trunca, ya levántate, mata
el sueño que por poco te formaba;
gasolinazo, bien los frenos, pésimo el volante,
congestión de cardúmenes en la vía rápida,
ausencia de un saludo deseable,
café instantáneo, insípido,
sí señor sí señor sí señor… sí (cretino) señor,
comida apresurada, chistes, veneno en carnaval,
todos los ismos de los civilizados;
y al final qué se hizo, en qué trabaja uno,
para qué sirve esto, miserable paga
aunque a veces sea buena, miserable al doble,
quién al lado de ella, quién en la tele,
quién detrás del espejo.
Ese sabor de fraude que no quita el dentífrico…
Rompe tu corazón, sácalo, inunda
con su sangre
el sucio callejón de tu ser laberíntico.
Allánate el abismo.
Altar antiguo, tú, sumo sacerdote,
aquí la llave, punta de obsidiana,
que corra lava en tus resecas venas,
incandescente lava,
lava el pasado, salva ese inconveniente del suicida:
padecer el frío.
Mata tu nombre, dale tu corazón al inocente,
siéntete amnésico,
reinventa, ángel caído, el bautizo del mundo.
Hay un bien, hay un bien
del todo inevitable: la vida.
Si contigo triunfaron los dueños del hastío,
dale una primavera al que eres en tu ausencia.
No pierdes nada si todo está perdido.


De silencios y niebla

Entre mi vida y yo
se levanta un espejo lamentable.
Niebla querría que fuera.
Pero soy yo, infranqueable,
como grito labrado en mi cabeza,
estéril y feroz.
No,
no lo quiero. A ti,
a ti te quiero, como noche primera.
Que no quede ninguna
partícula de horror
en esa imagen gris.
Pero soy yo en el agua,
e inevitablemente ondean mis ojos
en un estanque oscuro
donde sólo estoy yo
seducido en mis ecos.
Me miro en ti. No sé quién eres.
Te sobreviviré si no rompo el espejo.
Tal vez en sueños nos hemos encontrado.
Tal vez en besos.
O en ese instante que tú yo sabemos
porque no parecía
que fuéramos tú y yo bañados de espejismo.
En el aire más puro,
en cierta música,
en la mirada de los pájaros,
en la perplejidad que provoca el poema,
en el sensual lamento de unas manos,
en la lágrima triste del enfermo…
A veces es ahí.
Es neblina,
es la suerte bendita de romper el azogue.
Pero sólo el silencio horada la inmundicia.
Sólo el silencio, la oración horadada,
anula los espejos,
liberada
extensión infinita de ventana.
En el silencio
nos responden los muertos
al grito del dolor.
Si no fuera silencio,
sería un farsante
Dios.


(Regresa al Índice general)
Luis Ernesto González Soto

1 comentario:

  1. "Uno cierra los ojos y sigue siendo el mismo", el tema no te es nuevo pero la imagen y el cierre son geniales. Lo mismo el punto de fuga en el espejo vuelto ventana, muy bueno.

    En cambio, comulgo menos con las protestas antisistema que se quedan tan sólo en el interior del individuo.

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