martes, 1 de noviembre de 2016

Diez maneras de mirar a P. B. Shelley [*]


por Hugo Claus
(poeta belga)

                   
Versión de Pablo Soler Frost



Hugo Claus (1929-2008)
1
Su cuerpo embarrancó en las arenas.
Quedó tirado: el oro se retiraba
sobre las montañas mientras.
En sus pantalones, en sus blancos calcetines,
en los versos de Keats en su bolsillo
tan sólo los gusanos se movían.
O, salvaje viento del oeste,
tu otoñal aliento.

 
2
Su cara había sido comida
por las creaturas del mar.
Su espíritu, que tenía ojos
y fosas y labios,
vió la tierra que sueña,
la lamió y
olió sus aromas, que destruyen
y conservan, al mismo tiempo.


3
Huesudo, espasmódico,
(en los momos siempre le tocaba
primero ser la bruja).
Ámpulas. Una voz chillona.
Chicas en sus rodillas.
Y todo el tiempo, agudezas
acerca de los ángeles de la lluvia,
los ángeles del relámpago,
que esta noche dicen que vienen
sobre el azul planeta.


4
Odiaba el picadillo,
a los santos, la veneración, al Rey.
Pero más que nada odiaba
a un esposo y a una esposa
en su abrazo monógamo.

Lluvia negra y temible granizo
cayeron sobre
su peluca de bacante.


5
Hubo muchas espinas y arbustos
en los que cayó, sangrando.
Pero llevaba arsénico en el bolsillo.
Pues ¿quién sabe
si quieres sobrevivir
a la belleza del inclinarse?

¿Quién sabe si
no quisieras, sin aviso,
hundirte entre las algas,
sin ser domesticado?

 

6
Una vez prendió fuego al mayordomo,
Laker. En Italia bailó frente
a una zarza en llamas.
Más tarde, en la sombra,
gris de frío, tras horas como hielos
susurró: "¡Ea! Presten oído a
las ramas del océano y del cielo
enmarañadas".


7
Gritando salió de su recámara
había pues, visto,
gordas mujeres de Sussex
con ojos en lugar de tetas.
A cada rato, ese invierno,
vió un niño desnudo
salir de un mar púrpura.

O, levántame como a una ola,
una hoja, una nube.

 

8
Desayunaba y almorzaba dulces.
Entrañas estreñidas de opio.
Riñones, próstata, averiados.

Sus ritmos y sus acentos
soplan sobre la tierra helada.
Ecos de dioses y de mirlos,
también blasfemias.


9
No le gustaba llevar calcetines de lana.
La mantequilla le daba náusea.
Con Harriet y Mary y Clare
y otras pujaba contra una esponja
bañada en vino, como anticonceptivo.

De muchos círculos se mantuvo
al margen, se exiló.
Se hundió entre grandes signos
y rechazos.


10
Al morir sus fragmentos, como
panfleto y oda fue enterrado.
"The Courier" escribió: se ahogó el infiel.
Sabrá ahora si hay o no un dios.

Balanceaba en su rodilla
a la elocuencia, prostituta.
Su paganismo: un antídoto
al invierno que llega
del viento del oeste.


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Pablo Soler Frost
*Este poema de Claus, «Tien manieren om P.B. Shelley te zien»
aparece en la antología de J.M. Coetzee, Landscape with Rowers.
Poetry of the Netherlands (Princeton, 2005); me atreví a traducirlo
del holandés porque a mi lado tenía la versión en inglés del Nobel
para compulsarla.

A mar a muerte [últimos poemas] (selección)


por Cosme Álvarez
(poeta mexicano)

                    



NOTA: En 2014, poco después de cumplir 50 años, me di cuenta de que probablemente no volveré a escribir poemas en lo que me queda de vida. Ignoro si mi trabajo vale algo; queda el consuelo de haber comunicado lo que deseaba decir. No es una deserción. Los libros Poeta en muerte (2008) y Tras la huella (2011) fueron lo que podría llamar el primer aviso, y tras escribir "Machíria" (2014) incluido al final de esta selección—, algo me dijo que debía callar, no sé si para siempre, y seguir humildemente tras la huella.

 

AMAR ABIERTO

Sumergido en el útero de un dios desconocido,
el amor está naciendo en la mirada,
en el cuerpo que regresa cada día a los sentidos,
despierto a la pasión  y al erotismo,
a la carne y sus virtudes,
a lo vivo
que bebemos con los ojos y en el alma
es presencia de presente siempre nuevo,
o es amar amor a muerte a mar abierto.


PARTIDA

Mientras muero la mirada es mar en llamas,
es oleaje de un misterio sin sendero.
Mientras muero muere el árbol y sus ramas,
yo y el fruto se marchitan mientras muero.


HOJA EN LA HIERBA

a mis hijos

Cuida que día tras día,
           en tu abrigo de cuerpo entero,
habite la intimidad
de tus actos y tus pasiones.
Deja que el alma llene
           de historia viva lo ordinario,
que tus ojos penetren
           donde tus manos no se adentren,
que tu mirada crezca
en el espacio, no en el tiempo,
y que la vida misma
           y los seres con los que vivas
se llenen del aroma
           y del néctar de tu existencia.
Deja que tu sombrero
           sepa el secreto de tus sueños,
que tu zapato afirme
           el equilibrio de tus pasos,
y que lo que poseas
           desaparezca con el uso;
haz que las cosas pulsen
           el firmamento del olvido
antes de que amanezca.

Cuida que tu trabajo
           calme la sed indispensable,
que el pan que esté en tu mesa
           sea de salvado y no de espiga.
Deja que las ideas
destilen pronto y se marchiten
cuando cese el aliento
y el perfume que las concibe,
que el silencio que anidas
           llene el espacio que respiras,
que la esencia del aire
           colme de risa tus pulmones,
que el sendero que enfiles
           te lleve siempre a buen destino.
Cuida que los recuerdos
           no conviertan tu ser en eco,
y cuando sea la noche
           se vacíen de ti las sombras,
que lo que empiece llueva
           y se termine en el instante,
que tu estadía en el mundo
           no deje señal de penuria.
Deja que tu morada
           se encuentre siempre donde mires,
que nada llegue a ser tuyo,
           y que todo esté lleno de ti.


CAMPO DE TRIGO CON CUERVOS

Trece cuervos alzan el vuelo
sobre la sombra o el sendero
que va trazando a la distancia
una persona en los trigales.
La luz dormita en la campiña,
el firmamento es un incendio,
los trece cuervos en su vuelo
son otro cielo en el paisaje.
Con paso calmo avanza el hombre,
va entre la hierba cuerpo adentro,
va hacia la llama de la aurora
a recibir tal vez su fuego.
Allá en lo alto están los cuervos,
son cielo negro en las alturas;
la tierra hierve entre la niebla
donde termina el horizonte.
El cielo abierto baja entero,
como un heraldo de la aurora,
a bautizar la lumbre viva
que avanza envuelto entre sus llamas.
Arriba trece cuervos vuelan
en alharaca de tormenta
hacia una luna indefinida
que desmenuza el firmamento.
El hombre asciende hacia la noche,
hacia la luz desconocida,
en su trayecto pierde forma,
es otra sombra en el paisaje.
El cielo grazna tempestades
en arrebato de parvada,
alas de nube presurosa
que va detrás del hombre muerto.


MACHÍRIA

El venado no vuelve, y los montes
ahora están poblados de invisibles;
los chanates
recogen semillas marchitas en su vuelo,
las horas anudan el crepúsculo a la aurora,
suspendidas.

¿Adónde fuimos?, ¿es de día?
Hay aves en el árbol, hay murmullos en el viento
y este sueño
de mirar entre la hierba el recorrido en blanco brío
de los dioses.
Todo el aire del silencio tras la huella.

Arde el horizonte,
suenan las alturas en la luz de los ciruelos,
las colinas
son fogatas en el cielo de obsidiana,
algo nace,
algo crece entre mis ojos y la piedra del paisaje
renacido,
algo es voz sobre la flor de la vigilia.
¿Regresaron?
Hay un alba presentida en el ombligo;
la semilla,
ávida de sol en el barbecho,
tiene sed entusiasmada;
de la parra
penden uvas y fantasmas no nacidos,
frutos invisibles en el aire de las horas
donde flota una presencia
inmemorial y siempre viva,
sumergida en el follaje, sobre el viento, bajo tierra,
en espera.

¿Es abril este sonido, o es el viento
que no encuentra su camino,
este suave, delicado balbuceo de las cosas
esparcidas en la luz y la corriente
que a galope, todo el día, sale en busca
—incendiada crin del alma—
del hogar donde moraron los perdidos?

¿Es noche luminosa en luna llena,
o es día ensombrecido por ausencias olvidadas?
Esta luz
tañe para todos, y no hay nadie.
Perdimos el oído en el camino.

¿Por eso el venado no vuelve?,
¿por eso los montes ahora
están poblados de invisibles?
Nosotros
no somos por ahora la semilla,
nuestro viento
levanta tolvanera en el paisaje, y así vamos,
así vemos, perdido el horizonte.

Esta bruma ya es el fruto,
nuestros ojos son la parra,
uva seca,
los fantasmas no nacidos;
y los dioses
caídos en la hierba ya no encuentran el camino
que los traiga sin dudar de vuelta a casa.

¿Es abril en el oído? La mirada está vencida
de experiencia,
nada crece en el lagar del fermento,
los perdidos
no conocen el paisaje, y en la lumbre del instante
arde el pulso
que al latir
es cada vez un solo incendio.
¿Ha vuelto ya el venado hacia los montes?

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El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

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