jueves, 1 de diciembre de 2016

Primera y última Poesía de Juan Bautista Villaseca


Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)

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Juan Bautista Villaseca (1932-1969)
La poesía de Juan Bautista Villaseca (1932-1969) sigue siendo la de un olvidado, la de un poeta ignorado por los grupos literarios y por una cultura libresca sólo guiada por los prestigios y las relaciones dentro del campo literario más que por la lectura detenida. Nunca ha sido incluido en ninguna antología, ninguno de los compiladores de estos trabajos jamás ha volteado a mirarlo. Ni siquiera está incluido en la Antología general de la poesía mexicana del siglo XX. Oficialmente, Juan Bautista Villaseca no existe para el canon literario. La supervivencia de su poesía se ha debido más al azar que a otra cosa. A casi medio siglo de su muerte, le sobrevive una familia hermosa y orgullosa de su padre, y apenas un montón de papeles al borde de la desaparición, que conforman el primer acervo documental de la Academia Mexicana de Poesía, A.C.
     Pese a que entre los pocos amigos sobrevivientes aún hay resquemores de aquellas ascuas, no ha sido mi interés hacerme eco de ese pasado. Me ha interesado más la obra misma del poeta, rescatarla del olvido y devolverle la dignidad que merece. Esas animadversiones no pertenecen a su escritura. Y tampoco creo que haya habido una conjura para silenciarlo. Lo que los amigos hicieron o no pudieron hacer, es asunto de ellos. A mí me corresponde otra responsabilidad, la del lector consciente que se asoma a su obra con una nueva mirada, ajena a toda consideración moral. Ni yo ni nadie puede remediar el pasado, pero puedo al menos pelear otras batallas por el poeta, y esa es la única responsabilidad que recae sobre mi consciencia.
     Los poemas reproducidos a continuación corresponden a dos extremos opuestos en su poesía, permaneciendo inéditos por casi medio siglo unos, y casi por 65 años el otro, tomados directamente de los manuscritos. Si bien es cierto, Roberto López Moreno y Adolfo Anguiano Valadez reprodujeron algunos de ellos en su momento, lo fueron en ámbitos limitados y sin posibilidades de trascendencia para el trabajo del poeta.

Cuedarnos de trabajo de Juan Bautista Villaseca
El primero, “No me digas Adiós…”, escrito a lápiz, y con el título en pluma fuente, agregado posiblemente después de ser escrito, fechado el 30 de marzo de 1949 y firmado por el poeta ¡a los 17 años de edad!, es su poema más antiguo conocido, absolutamente inédito, y es un milagro que haya sobrevivido hasta nuestros días.
     El otro grupo de poemas corresponden al último cuaderno del poeta, el cual fue hallado en uno de los bolsillos de su saco después de su muerte. En la cubierta del cuaderno se lee: “Poemas para el libro ‘Sur de la tormenta, 1968’.” Uno de los poemas está incompleto, faltándole dos hojas. Sabemos esto porque todos los poemas llevan las hojas correspondientes numeradas.
     De estos manuscritos es posible señalar varias cuestiones, algunas irrefutables, otras no. Entre el primer poema y el último, hay casi veinte años de distancia, pero el último poema fechado, del 11 de enero de 1969, y que presumiblemente podría ser el último que haya escrito, no es el último del cuaderno. Le sigue una estrofa tachada del mismo poema y paginada como “dos”. Frente a esa hoja hay un dibujo a tinta, sin nada al reverso, y después viene el fragmento de poema, paginado como “tres”, y finalmente, “El sueño”, con el que cierra el cuaderno.
     De esto se puede concluir lo siguiente. Si bien podemos afirmar que fueron estos los últimos poemas que llevaba consigo el poeta, es probable que no hayan sido los últimos que escribió, aunque sean los postreros. Pareciera como si Villaseca los hubiese escrito en otra parte, a mano, como siempre hacía, y estuviese ordenándolos para ese libro que ya jamás sabremos cómo iba a ser.
     Hasta donde es posible documentar su escritura, no sabemos cuántos poemas se habrán perdido irremediablemente, ni sabemos cuáles fueron los últimos, o si haya más manuscritos en alguna parte aguardando ser salvados del olvido. Lo que sabemos es que todo el material disponible del poeta está ya en poder de la Academia Mexicana de Poesía, y aunque algunos archivos no son de su propiedad (no es del interés de la Academia apropiarse de nada, sino proteger dichos archivos), están debidamente digitalizados.
     En este arco de veinte años es posible detectar la evolución y madurez del poeta frente a un lenguaje heredado del modernismo y que para entonces ya formaba parte del lenguaje popular, especialmente de las canciones en boleros, a las que el poeta era afecto. Pero más allá de eso, resulta notable la desenvoltura de su escritura a la temprana edad de 17 años, en plena adolescencia, y probablemente a punto de entrar a la preparatoria.
     En el otro extremo están los poemas de su etapa final, cuando ya está mortalmente enfermo de cirrosis; pero en sus poemas postreros, los dos que cierran fechas, el de fin de año y el de primavera, no hay asomo de ese horror. Allí está uno de los logros más admirables en su poesía. No se arroja a las fauces de la desesperación, sino más bien la conjura y nos ilumina con una luz nunca antes vista entre nosotros. De allí su apuesta por el Diurno, un tipo de poesía al que me he referido en otro momento, y de la cual sólo diré que marca un momento de intensidad único en la poesía en lengua española.
     En este arco de tiempo de veinte años el lector acude al nacimiento de una poética, siempre de raigambre amorosa, que va evolucionando hacia un lenguaje cada vez más depurado, en el que apenas y sólo ocasionalmente se aproxima al poema de corte social, como en “Elegía de los días”, escrito a dos meses de distancia de la matanza del 2 de octubre. De nuevo, ya me he referido a ese aspecto, en el que la creación del Diurno juega un papel decisivo y no meramente retórico.
     Esta es la primera vez que estos poemas ven la luz en una revista literaria y que, fuera del diminuto círculo de amigos del poeta, llegan a más lectores. Casi medio siglo les tomó llegar a sus lectores, a esos que sólo leen y han mantenido la llama viva de su poesía en medio del ciclón del prestigio y la fama literaria. Son un adelanto de la Obra poética que prepara la Academia Mexicana de Poesía, y una manera de celebrar los cinco meses de La Guarida y agradecerle a nuestros lectores su preferencia.

No me digas Adiós…

No me digas Adiós cuando te vayas,
aunque digas Adiós… ni digas mi ruego [¿?];
que se duerman tus labios si es que callas,
y al dormirme susurren: “Hasta luego”.

No me digas Adiós… ¡si me quisiste!
Si fue cierto el amor que un día juraste…
No me digas adiós si me mentiste,
no me digas Adiós si perjuraste.

Sé que vas a partir y has de olvidarme
[…]

No me digas Adiós cuando te alejes
y se pierda en mi noche tu silueta,
que […ilegible… ¿otra vez?], aunque me dejes
y [¿ahonda? ¿un día?] a soñar, [ilegible] violeta.

Que murmuren tus labios “Hasta luego”
cuando pidas ese que va de mis playas [¿?],
y no dejes ceniza de aquel fuego,
¡no me digas Adiós… cuando te vayas!
Marzo 30 de 1949


Elegía de los días

Son días agusanados,
son los días de la lepra,
días de defunciones infinitas,
días que está amargo el desayuno,
días en que están triste todas las palabras,
son los días de la ira,
de la macana en la jungla celebrada,
los días de los aullidos lentos
como perdidas determinaciones,
los días del no estoy, y no está ella,
días descorazonados por el polvo
de un conde en agonía,
días sin malecón, sin golondrina,
son los días…
Un río fusilado se desanima,
la soledad se vuelve soledades,
y en el patio está inmóvil
el mayordomo gris de la Tristeza,
son los días…
Llega al corazón las salitreras,
las chinampas perdidas por el canto,
emperadores de humo huracanados,
y arrozales donde la inmensidad está de luto,
y estudiantes dormidos con la bayoneta en la garganta,
y mi madre ya sin piedad
con un extraño nombre de difunta,
son los días…
El camino no está,
¿y ella? Creo que se llamaba Buganvilia,
o tal vez Alegría rodeando mi corbata,
su nombre
creo que lo borró el mar de alguna ceiba,
o lo perdí una noche
en que estaba con lluvia mi camisa,
son los días…
Usando el esqueleto por espía,
cayéndose a migajas,
viajando una paloma que se apaga,
aprendiendo el rosal que nunca llega,
con obreros llorando una aceituna,
y el día,
solamente el día,
son los días…
Tengo sólo esta llovizna lenta en el poema,
las calles sin mi casa en simulacro,
y sin decir de amor, ni hablar de tú,
ni preguntar cómo es la mariposa,
pero yo no estoy triste,
aquí aprenden los pómulos lo que pesan las lágrimas,
ya lo demás es mera circunstancia,
son los días…
 [noviembre 27 de 1968]


Aquel poema…

Cómo me gustaría encontrar aquel poema
que se escondió de pronto en mis papeles
como el hijo que huye por la mañana
y condena sus pies de vagabundo.
No sé. Casi no lo recuerdo.
Pero me veo diciéndolo a la tierra,
a las retamas,
a las ardillas de los besos,
a los moscos del sueño interrumpido,
a una joven maestra
de adolescente esperma sorprendida,
a los veranos que detienen los parques hechizados,
a las campanas de los libros
ebrios de pedernales,
a la niebla que espera en los aeródromos,
a la herrería del pico de los pájaros,
a las constelaciones,
al coñac olfativo que hay en las florerías,
y a lo que no sabemos cuando llueve,
y a lo que cuando llueve lo sabemos.


Feliz año, amor mío

Levita de luceros tiene la noche.

La monarquía del Tiempo
postra un beso en la sombra.

Amor mío, feliz año.

Feliz año a tus ojos,
que noche a noche me fueron extendiendo
el mar de tus constelaciones fugitivas,
feliz año a tu pelo
que llovió por mis manos como una catarata,
y a tu nariz que pica la ambrosía,
y a tu boca
blanda como las huertas de un crepúsculo ciego.
Feliz año a tu piel
y al límite solemne de tus uñas,
y a la oceanía infinita de tu vientre,
y también a tus pies
donde habitan caricias de veranos
y diez dedos de sol como los niños.

Amor mío.
Feliz año.
Feliz el pan que toques
y la rosa que abras.
Feliz tus medias claras
alumbrando tus piernas,
y tus dientes vestidos de cisne huracanado,
y lo que no me digas
y yo lo invente a solas,
feliz cuando me nombres
y una nuez inmortal te haga silencio.

Te amo,
con lluvia y tierra en ti estoy preso.
Te amo, amor,
te amo con pétalo, con junco y con salitre,
con un jacinto en brama,
con un tigre sin novia,
con soledad de Dios en una enredadera.

Feliz año, amor mío.
Recibe algo de esta maderería de poeta.

Te beso amor, te beso.

En la espalda del Tiempo
mientras la arena cae
despertamos dormidos.
 [30 diciembre de 1968]


Viento

Llévate las campánulas
que se desposan con las bibliotecas,
la voz del postre que al sonreír
inventa la mentira,
llévate el día izquierdo y el derecho
porque desde algún poema
te hace falta,
y todas las cucharas que nunca floreciste.


Nuestro mundo

Porque este mundo sólo tiene dos días,
uno tuyo
y otro mío,
uno para tus ojos,
y otro parea mis versos
donde nevara el sol
y la noche de pronto falleciera.

Amor, porque este mundo sólo tiene dos días,
el de tu vida
y el de mi muerte,
los dos uniéndose como un geranio nunca sosegado,
los dos como tus pies cuando juntan la lluvia,
y los huertos del mundo
en un trébol se juntan
para besarse juntos.
No le cuentes a nadie estas cosas,
ni al café, ni a la rosa, ni a la noche.
11 de enero del 69


[…] y tus ojos, como flores astrales
que no saben si olvidan o retornan.
Llévate todo, aquí tienes las llaves.
Déjame la intemperie
de contemplar cómo se vuelve libertad un río.
invierno /68
[Fragmento incompleto, faltan dos hojas]


Sueño

Todos los tiempos, todos, olvídalos ahí
como papeles rotos,
déjalos sin ropajes de ceniza
sobre la carretela funeral del fuego,
no hay sino tierra,
tierra sin onomástico y sin siglos,
como si al infinito
lo vigilaran las iguanas,
y la bruma no pidiera permiso
para salir de las alcantarillas.

Tienes frío en los párpados
porque ya no te queman
nuevas lágrimas,
y te has bañado de una extraña arena,
y de tu boca se han ido al mar todos los besos.
Apriétate en mis hombros
para viajar mis ríos si caerte.

¡Qué cuaternaria está la noche!
José Manuel Recillas

Va amanecer tu pelo en la mañana.

No quiero el tiempo de lo que no tuve.

Sentémonos sin pan y sin hoguera.

Arte, inspiración y talento


por Cosme Álvarez
(poeta mexicano)

                    



[después de que escribí el poema «Machíria»]

Varezal. Óleo
Ya casi no sé, ni me importa, hablar del escritor de libros, ni de las circunstancias biográficas que tal vez lo llevaron a escribir una determinada obra, tampoco me atrae la idea de referirme a los títulos que ha publicado. Prefiero pensar en su rarísima actividad (que se centra en la existencia misma), en la vida que el escritor quiere mostrar, también en aquello que lo empuja a escribir, en los atributos del espíritu que la gente llama talento, inspiración, impulso creador.

El acierto de una novela, de un cuento, de un guion de cine —y no sé si incluir al poema— depende en gran medida del punto de vista con el que el autor ofrece al lector razonamientos y entendimientos del hombre y del mundo. ¿Cómo dar con el punto de vista correcto, no viciado, cierto para la historia que se quiere comunicar una vez entendido lo que va a decirse? Suponemos que en este paraje brumoso del quehacer artístico intervienen los fenómenos que llamamos inspiración y talento. Pero habrá que irnos con calma. Posiblemente los malos momentos del arte se encuentren siempre en la debilidad del artista que antepuso a la obra su propia opinión. En otra parte ya he dicho que el arte no opina, muestra.

El escritor plantea un laberinto o un misterio en su libro. No se trata de una técnica innovadora, no es la esmerada construcción de una trama sobre la que se mueven los personajes, ni la habilidad con la que trabaja en su oficio, es el impulso sin nombre que trae a la existencia el misterio de la vida. Ese misterio —que el artista desentraña y muestra con cierto orden— se halla en lo que de central tienen las cuartillas que el autor entrega a la imprenta. ¿Qué dicen esas páginas? No es que el lector carezca del entendimiento sutil y penetrante que el tema del libro reclama, quizá sea la falta de atención, o mejor, la falta de interés en el misterio que inesperadamente se le presenta por medio de un lenguaje de percepciones y símbolos —eso que el poema consigue siendo la voz de la mirada—, y cuyo probable centro de gravitación se sitúa en la zona inexplorada de una posibilidad de existencia —algo así como un volcán latente, que el lector, lo mismo que el escritor, a veces presienten como parte de su ser.

Al final de cuentas, cada ser humano es un expedicionista en los senderos sin mapa de la vida. El escritor sigue la huella bajo los ríos que anegan el caserío del espíritu. En esta geografía no hay verdades a buscar, el territorio que se explora es el hombre mismo, y la creíble verdad que expresa el libro es la presencia del espíritu humano en la tierra —en sus actos. Al arte no le importa la agudeza de los ojos sino el acto de mirar.

Varezl. Óleo
Conforme el hombre crece los ojos se contaminan de experiencia y al final sólo ven fantasmas. No sirve de nada que el artista, en ausencia del impulso creador, analice o dé opiniones. Buscar el bosque es salir del bosque. Para los árboles no hay bosque. En momentos así el escritor —o sólo cierta clase de artistas— se atiene a observar la actividad de la mente que escribe, y, si tiene suerte, comprende las razones que lo llevan como escritor a hacer lo que hace.

El talento tiene relación con un orden (o con un desorden) implícito en el alma del artista, del que probablemente ni él mismo es consciente. En la existencia de ese orden está la base del talento —también la base de la ausencia de talento—. Es por ese orden que parece cuestionable la inspiración artística, al menos no como algo que le llegue al artista desde afuera. El talento y la inspiración surgen a la existencia por obra de una armonía —un solo orden— no buscada conscientemente (buscar el bosque es salir del bosque); es ese mismo orden el que se halla contenido en la palabra arte (ars), y señala que, tras haber estado presente, cada cosa ha sido puesta en su lugar. De ahí que generalmente el lector advierta en lo leído una coherencia que muy rara vez encuentra en la realidad o en su propia vida. Y no es exagerado decir que el escritor tampoco sabe qué ha ocurrido. Lo único que tiene claro, si piensa en ello, es que se atuvo a ir tras la huella, y entregó toda su energía a mostrar lo que estuvo ahí, quizá sólo para él.

La palabra arte surgió a la existencia para nombrar la posibilidad de mirar coherentemente al hombre y al mundo, para revelar lo que está ahí por sí mismo, sin alguien o algo externo que lo sitúe. El orden contenido en el vocablo ars alude a mirar la cosa como es (res: cosa, realidad), no a la voluntad de imponer una opinión, una idea, o cualquier disonancia llegada desde afuera. El talento, así, es la capacidad de mantenerse alerta a lo que ya está en armonía, y la inspiración es el discernimiento no dirigido de ese hallazgo.

El artista es un expedicionario, su virtud no es buscar, pues el hecho de buscar implica tener noción de lo buscado; lo que hace es proveer al mundo las pinceladas de sus hallazgos durante el trayecto. Por alguna razón la palabra poesía se inventó para nombrar a la sensación del impulso creador que algunas cuantas personas presienten como parte de su ser. Poe significa acción creadora, y la palabra poesía alude al acto creador en sí mismo. De manera que el término poeta es equívoco, pues ¿cómo podría la conciencia del poeta conocer lo increado? Desde luego que el impulso, la tentación hacia lo nuevo y no conocido puede ser real, pero, visto con claridad desde cualquier ángulo, ese impulso queda estacionado en los límites de la tentación. Posiblemente el concepto «creación artística» sólo sea una idea —en el mismo sentido en que los hombres llaman amor, o dios, a la pura idea que se han formado de ello a partir de sensaciones.

El impulso creador del artista es real, sincero, cierto, pero ¿cómo podría ser un acto de voluntad —en tanto que la «creación» es lo nuevo, el aroma desconocido? La voluntad puede ir únicamente en dirección a lo que ya conoce; cree buscar a dios, al amor, a la verdad, pero ¿cómo podría dar con ello, si al desconocerlo no sabe cómo es ni qué es? Entonces se inventa una idea acerca de dios, el amor, la verdad, y a partir de ahí, artista o no, el hombre persigue una sombra que sólo es la imagen de sí mismo.

El impulso mueve al artista a ir más allá de la idea, pero de ahí a que esa persona sea por sí misma creadora hay una distancia y una medida —aun cuando se trate del poeta más sublime—; la idea punza al escritor, pero las palabras, imágenes y símbolos del arte apenas alcanzan a rozar lo real en lo que el autor trasmite. Habrá que agregar a esto que el artista por sí mismo sólo es capaz de «crear» a partir de las limitadas cosas que conoce: temores, frustraciones, alegrías, anhelos, percepciones, experiencias, vida llana o exaltada —y todas las otras sensaciones que comparte con el resto de los hombres—, que no son suyas propiamente, pero que ha aprendido a expresar de un modo que los demás no han aprendido, o sencillamente no pueden hacerlo. Si el artista, para «crear», parte casi siempre de la sombra, de la idea, de la imagen previa, ¿cómo podría surgir así el aroma nuevo de la flor vieja?

Hemos supuesto que el impulso que mueve al artista es real; eso no significa que el salto lo lleve a alguna parte. Si tiene suerte no llegará a ninguna parte, y si de verdad es un artista, quedará en medio de lo desconocido. Por su significado, el artista no surge de la flor vieja, no es alguien que sale en busca del arte, del bosque, del orden, sino que lo percibe sin un solo movimiento de la voluntad. La poesía es un estado del ser.

Café Moheli, Coyoacán
Invierno de 2014


Los colmillos de Saturno

Por Ricardo Bernal
(poeta y narrador mexicano)





I

Sólo los niños
conocen el Horror

Nunca olvidan
que debajo de su piel
está escondido un esqueleto

Son sus camas ataúdes
incendiados por los dedos
de la noche

Barquitos siniestros navegando
dando vueltas en los ojos del zombi
infinitas rutas de sangre
en la espalda descarnada
de un océano diabólico

Barquitos las camas de los niños
recorriendo el laberinto de tuberías
que une los sueños
con la muerte


II

Un ángel mueve las alas
Salpica de lepra
mis juguetes

Desde el plato de sopa
un demente dios pulpo
contempla en silencio la carne blanca de mi hermana

Hermanito tengo miedo
tengo frío
Mi muñeca murió y ese rostro en los espejos
no es mi rostro

Un ángel mueve las alas
Duerme conmigo hermanita
tócame di mi nombre
bebe los alfileres de mi boca

Un ángel desgarrado y ciego
amortaja nuestros sueños
cada noche


III

Los niños duermen
Ogro Insomne arranca
la cabeza de esta torre

Sus ojos
dos paréntesis
donde está encerrado el mundo

Las paredes del Horror
se desgajan en pesebres de ausencia

Ogro Insomne revuelve los cajones
encuentra huesos
llaves
lenguas nocturnas
Encuentra una cuchara de hielo
para escarbarnos
el alma

Miramos hacia arriba
Detrás de la máscara del cosmos
un insecto teje sombras


IV

Frascos llenos de cielo
explotan en los anaqueles
de las farmacias

Aparece Saturno
labios negros
armadura de pesadillas
triángulos de cristal
incrustados en los labios

Estamos muertos hermanita estamos muertos
los cuervos de nuestra locura
no necesitan puertas


V

Un cielo disfrazado de cuervos
tropieza con los vendajes
de la tierra

Cielo enrarecido por el opio
Tu cuerpo es lúgubre luz
lluvia de manos
tenebrosas

Montados en un cuervo de agua
mi hermana y yo volamos
entre los párpados del bosque
Atravesamos yugulares
nubes de asteriscos
sortijas
carcajadas

Un cielo disfrazado de cerdos
entre fauces de vidrio
se destroza

Cáscaras de cielo inútil
se pudren en los rincones
del pueblo fantasma


VI

Hermanita:
Ogro Insomne
se atraganta de píldoras
salamandras de enormes senos
le brotan por los ojos

Su lengua verde
es un ahorcado balanceándose
sobre las cuatro autopistas
del pentagrama

Notas de saliva y sangre
Violines sin sentido
Cráneos habitados
por los duendes del desorden

Querida hermanita:
Ogro Insomne afila su hacha
arranca mi rostro para colocar el suyo
y gota a gota
escribe la historia de tu muerte


VII

La mirada
como una flecha
vuela por el bosque
de cabezas dormidas

Y se topa con otra flecha
la mirada bestial y sin cadenas
de una monja

Y salen chispas
demonios incandescentes

En el escritorio de Dios
un jabalí de navajas
devora las alas de los ángeles


VIII

La luna rueda
con ruidos de hojalata

Choca con mis zapatos
y queda agazapada
en un rincón
del hospital

Tomo la luna con mis dedos
la parto en dos como a una hostia
Sonrisa invertida
Trece vírgenes enloquecen
encima del altar

Yo miro a los niños
Sus sueños de confeti
son un tatuaje de colores
en el filo curvo de mi hacha

Tú miras a los niños
Sus oraciones
son cifras de azúcar
en el filo curvo de la luna


IX

Del cielo
cae la hoja
de una guillotina

Corta los dedos del amor

Dedos gusanos
arrastrándose en el contorno
de un deshabitado crucifijo

Del cielo caen pianos
anzuelos
dentaduras postizas

En el fondo del corazón
un hombrecito sacude las rejas


X

Un enorme signo de interrogación
recorre el planeta a grandes pasos

Aplasta las casas
pisotea los sueños
tira las torres de las iglesias

Ogro Insomne escribe
Las teclas de su máquina
golpean el yunque de la carne
forjando ácidos poemas
éxodos
óperas deformes

Ricardo Bernal
Estamos mudos hermanita estamos modos
los cuervos de nuestra locura
no necesitan puertas

Un enorme signo de interrogación
mete su mano metálica por la ventana
y de un zarpazo descuartiza
el infectado cuerpo
de Ogro Insomne

El tiempo se detiene
y despertamos en la pequeña noche
de una caja de zapatos

El azar de los hechos en Canal 11 Tv

Las teorías sobre arte son al arte
lo que un gato disecado al movimiento de un felino
Cosme Álvarez

Invitación

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