domingo, 1 de enero de 2017

Juan Calzadilla. Breve antología

Selección de Larry Mejía
(poeta colombiano)



Juan Calzadilla
Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, Estado Guárico, Venezuela, 1930), poeta, ensayista, crítico de arte y pintor. Fundador del movimiento El Techo de la Ballena, junto a Caupolicán Ovalles, Carlos Contramaestre, Salvador Garmendia, Efraín Hurtado, Francisco Pérez Perdomo, Adriano González León, Edmundo Aray, y Dámaso Ogaz, entre otros. Juan Calzadilla ha mantenido desde hace casi 50 años una ofensiva con la realidad y con la ciudad, motivos de preocupación y prolijidad en su obra. Fue director de la Galería de Arte Nacional de Venezuela y en 1996 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas. Su obra ha sido traducida al portugués por Floriano Martins y al inglés por Víctor Rodríguez Núñez. En 2016, ganó el Premio León de Greiff en Colombia.

Justificación de esta obra
Lo considerado perfecto no puede llevarse a cabo.
Pero tampoco lo imperf…


El origen
Tengo que suministrarme un origen. Un origen que no sea aquel del cual provengo, ni al que aspiro. Ni siquiera el que merezco. Un origen que como el futuro esté adelante, silencioso y desconocido. Un origen no consagrado por las leyes ni condicionado por los dioses. Un origen que no mire hacia atrás. Que no sea la fachada de un templo ni un agujero negro.
Un origen que me garantice que por fin admito que comienzo a ser lo que soy.


El habla de los perros
Habla condensada la del perro.
Apenas gruñe y ya da por enteradas
todas sus intenciones.
No necesita de muchas palabras,
como el poema.
Su gesto inamistoso
resume todo lo que sus ladridos
podrían decirnos si procediera
rápidamente a mordernos.
Después de todo
el mordisco es la verificación objetiva
de su modo metafórico
de hablar entre dientes.


Dalí
Un reloj ablandado sobre un desierto duro
Una jirafa en llamas bajo el cielo macerado
Sólo falta en este escenario surrealista
Un bufón con los bolsillos llenos
Pero entonces ¿quién va a ocuparse de pintar el cuadro?


La tentación de lo desconocido
La pregunta del que busca es siempre
más oportuna que la del que ha encontrado.
El optimismo del que ha encontrado es siempre
prueba de seguridad respecto
a la utilidad de lo buscado.
En el que busca, por el contrario, la incertidumbre
se constituye en incentivo por el cual
lo que se busca no se halla
en el fin de lo buscado, sino en la tentación
de seguir y seguir buscando.

Es por eso que disfruto más la obtención misma
de la cosa que el beneficio que ella
podría procurarme. Incluso la lucha
por obtener la cosa me proporciona
más placer que su obtención.

¡Poseerla es ya perderla!


Blaise Cendrars
Todo lo que en la calle Marco Polo
me rodea es gris: a pocos pasos hay
una estación gasolinera, una venta de neumáticos
y un restorán, en cuya barra
una pierna de jamón cuelga encima
de un montón de periódicos viejos.
Más allá está una tienda de ropa
con su puerta Santamaría metiendo
tanto ruido, tanto ruido
al ser levantada en vilo como a la falda
de una mujer, de abajo hacia arriba.

Y en mi cuarto, en un cromo sin vidrio
pegado con chinches a la pared
hay un vapor, probablemente el Formosa,
a punto de levar ancla
desde un carcomido muelle del Havre
llevando a bordo a Blaise Cendrars.


Hernando Track
Todo lo que había sufrido decía que sólo podía ser redimido
por una gran esperanza en crear imaginativamente un mundo autónomo,
bien diferente a este en el cual ha vivido,
un mundo en donde el dolor reflejado
en toda su intensidad        
pudiera ser únicamente sanado por la escritura.
Y repetía como si se tratara de una plegaria este pensamiento: 
“Amo tanto la vida, que le perdono el mal que me hace”.
Se planteaba la poesía no como un destino sino como un acto piadoso
consagrado a proclamar el estado de gracia de la derrota.


La inspiración
No escribo sobre aquello que pasa por mi cabeza.
Más bien escribo sobre aquello
por lo que mi cabeza pasa.
Vivo solo, encerrado en mi cuerpo.
Yo soy mi universo y mi solo firmamento.
A veces, desde afuera, una corriente de aire entra
cuando se abre la puerta
Y un montón de cosas viene a instalarse en mi mesa.

¡Ya desearía yo que como la puerta
mi cabeza pudiera abrirse siempre!
Pero esto, ay, ocurre sólo algunas veces.


El aplauso
Todos aplauden porque creen entenderte y para que tú
lo sepas.
Pero solo manifiestan que quieren que tú creas que
entendiste que ellos entendieron.


Haikú a propósito del bautizo de un libro de versos en una librería de Caracas
Los libros que
a los vasos con whisky
Servían de pedestal.


Coctel
Demasiados programas.
Demasiados cocteles reuniones
convenciones congresos ritos festivales
Demasiados agentes libres en el mercado
Y si a esto tú te sumas
acabarás con que hay
demasiada gente holgazana como tú
bostezando frente a un cuadro
a duras penas soportándose
para rechazarse luego
con un somero apretón de manos
y un hasta luego. Señores,
esta farsa no se detiene
y pese a ella sobrevivimos.


El primer aviso
—Óyeme, Guanahaní,
te hablo por teléfono
desde el Puerto de Palos.
Esgrime pronto tus trampas de luz,
agita tus hondas inmemoriales,
Afila tus ojos de iguanas,
Tus arrecifes de corales, tus huracanes.
Arma el argumento verde de las palmeras
con el espejismo de tus soles,
tiende tu red de arpones,
tus flechas untadas con curare.
Dentro de poco zarparán de aquí
Las naves de Cristóbal Colón.

¿O es que vas esperar a que
pasen quinientos años?


Prólogo de los basureros
Avanzaré sin sentir asco
ni pena ni repugnancia
largo a largo a tenderme en las gradas
de este reino donde el papel higiénico
flamea en los palcos de botellas.

Me iré a engordar los límites
en donde el cují y la rosa
se abrazan sin contrariarse
y la ciudad está en paz con sus víctimas
y no duerme desvelada
por el pico de los pájaros ebrios
que a mis sueños escarban sin prisa
y a mis expensas
aún no terminan de darse su cena.
Barranco abajo coronando los cerros de lata
con el sol retorciéndose en mi espina
encontraré hecho jirones
el hule de los sillones baratos
y veré a la carcoma
con sus huevos al hombro
entrar a los túneles del cedro.
Aquí donde al salitre por fin
los automóviles dan su brazo a torcer
y el jugo de frutas
no anda más por las ramas
y chorrea por los escalones
de la depredación.

Avanzaré entre la goma espuma y el anime
entre el poliéster y la fibra de vidrio
entre el vynil y la silicona,
marcharé avaro forrado de ropas
bamboleándome como un astronauta,
calzado con zapatos de a kilo
descenderé por las dunas de vidrios rotos
y el corcho de los desiertos.
Avanzaré a buscar lo que de ningún
modo encuentro, buscaré
lo que no se me ha perdido
entre resortes cuyos espirales
a mi paso hacen befa de mis pantalones
inflados como globos por el viento.

Subiré a los altares donde
el cobre y la porcelana
al paisaje montan guardia
y en la rosa del orín
dan a beber la gota de agua
que ya no sale por los caños.

Aquí donde el fuego no anda con rodeos
y va rápidamente al grano
como la luz en la punta del rayo.

Me iré de bruces entre los primeros
a descubrir cuanto antes
la manera de sellar con mi cuerpo
la boca de los tarros de basura.

Me iré a ver cómo en la pira del sol
por orden del instante
arden ya, de mayor a menor,
ay, todas nuestras tribulaciones


Reo de putrefacción
Barranco abajo avanzo coronando
los cerros de latas, entre los reflectores
y la voz de arresto trocada en orden de fuego.

Avanzo entre los escuadrones de moscas
barranco abajo hasta el terraplén
donde el albañal y la carroña se juntan.

Avaro, forrado de trapos,
bamboleándome como un astronauta
y calzado con zapatos de a kilo,

por las dunas de vidrios rotos
y el corcho de los desiertos
avanzo hasta los altares del légamo

donde el cobre a la porcelana
da su brazo a torcer y a los techos de latón
el salitre monta guardia.

De alcabala en alcabala avanzo
a un paso de la putrefacción,
tullido en una silla de ruedas

debajo del ronroneo incesante de los blackhawks
y en la clandestinidad más completa
de los estados de postración

Como un gran hijo de la puta.


Levedad de la memoria
Deberíamos atrevernos a narrar con lujo
de detalles todo lo que nos pasa por la mente
en una especie de diario donde nada real sucede.
De este modo le ahorraríamos a la memoria
tener que venir a auxiliarnos con un discurso
torpe y lleno de ambigüedades
después de que los hechos ya han pasado
o no sucedieron.
No importa que nos equivoquemos
o que, exagerando la nota, lo que testimoniemos
resulte ser, como en mi caso,
la obra de un gran embustero.
Después de todo no se escribe
sino sobre lo que uno imagina. Así
lo que nos imaginemos sea lo único
que en nuestras perras vidas
nos ha pasado.


Donde pongo fin a mi libro
Aquí pongo término a mi libro,
aquí callo y salgo a tomar aire
(aunque sea el aire contaminado de la ciudad).
Con equipaje ligero, paseo mi vista fuera
de sus páginas, como desde una ventana.
Aquí embaúlo mi elocuencia primaria,
la dicción mocha, el aliento corto,
las horas estériles y el sobresalto,
la imagen fatua y el fuego blanco como centella
de las escasas palabras que ardieron.
Una por una, lector, he revisado sus páginas,
las he sopesado, estrujado, medido
y como si fueran brotes de un árbol viejo
las he arrancado y resembrado.
¡Más tiempo perdí en abrir mi libro que en cerrarlo!

Hasta aquí, amigos, mi afán de poco aliento
Y la mal engrapada metáfora. Hasta aquí
el eufemismo de llamar collage al poema
sencillamente por cobardía de parecer
demasiado fragmentario.
Hasta aquí, señores, tanto remiendo
a la empalizada de palabras rotas.
Hasta aquí, la resaca de este monólogo
de viejo maderamen abandonado
en la playa donde mi designio
continúa grabado en la arena:

Aquí termino mi libro, aquí callo.

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