miércoles, 1 de febrero de 2017

Limes

Por José Manuel Recillas
(poeta mexicano)



                                                                                             Para Gaby Bautista Martínez

Estoy pensando en ese azul callado que veo desde mi ventana,
en esa transparencia casi vienesa que se parece aquí al engaño y al olvido
atravesada groseramente por estruendosos pájaros de acero que no cesan
de recordarme ese otro muro que alguien está elevando en la frontera,
mientras tú vas por un sendero sembrando con tus ojos otra tarde,
y escucho tu andar tranquilo como se escucha una serenidad no postergada.
Yo sé que en cada posta hay un demonio, un vigilante o dos sólo esperándonos,
como si ya supiera nuestros nombres por anticipado para condenarnos
a estar perpetuamente temerosos bajo la sombra de un árbol seco.
Pero los límites siempre envejecen y se vuelven ruina, frontera abandonada,
desvanecida sombra por la que el tiempo ni siquiera se detiene a contemplar,
perdiéndose en silencio su noble u oscura misión de proteger y delimitar,
de dar abrigo y protección y nombradía a un pueblo, o pretendido pueblo,
dejando apenas un extraño nombre que nadie ya se atreve a pronunciar
pues nada significa hoy hablar del Vallum Aelium o del Vallum Antonini
si ya no hay vigilantes ni soldados ni pueblo alguno que proteger,
pero es menester no olvidar la empresa a la que Adriano se dio tarea
durante una década para evitar el acoso de ajenos pueblos belicosos
desde el Pons Aelius hasta Maglona para erigir el limes y vallum
que aún hoy aguarda la llegada de nuevos pictos invasores.
Ni huella queda de la Legio vi Victrix en Britannia que orgullosa
la Europa romana recorrió desde Perusia y Sicilia hasta Hispania y Eboracum,
y apenas el desastre de Varo en Teutoburgo le dice algo a los especialistas.
Para la mayoría son sólo nombres vagos y eruditas referencias
de algo que apenas una sombra o una ruina son, sin importancia alguna.
El Limes Britannicus hoy es apenas una referencia oscura a ciertos episodios
y a tantas cartas de soldados que esperaban la visita de los suyos,
no muy distintos tal vez de aquellos que buscaban cruzar esa frontera innoble
groseramente elevada sobre un terreno agreste y seguramente silencioso
sobre el que el foso aledaño algún refresco de agua y paz traía de vez en cuando.
Pero a la muerte de Antonino, el César Imperator y Pontifex Maximus,
el limes Antonini corrió su misma suerte, durando apenas veinte años en pie,
una vergüenza si se piensa que el Aellium duró poco más de dos siglos y medio
antes de desaparecer durante el reinado de un muy joven Flavius Valentinianus,
mandado asesinar por su sucesor, Teodosio el Grande, último emperador
que vio una Roma unificada, y el fin de la Roma pagana por el Cunctos Populus
o Edicto de Tesalónica, la final derrota que aquellos muros no pudieron contener.
Hoy sólo en libros de historia romana aparece el relato de esa locura
por contener lo incontenible que es la gente yendo de una tierra a otra,
burlando las fronteras y el poder imperial que quiere controlarlo todo
como si el agua o el correr del viento pudiesen contenerse entre las manos.
Hasta la tierra se escapa de un puño enardecido que no puede durar días apretando
ni furia que se pueda detener por más que se eleven torres y postas
que busquen proteger y vigilar. Tarde o temprano la noche llega.
Y escucho tu andar tranquilo como se escucha una serenidad no postergada
mientras bendices la ciudad que gira en torno de tus pasos y tu voz
como si ya no hubiese en el mundo más muros que tus labios
y un lento hablar de “usted” mientras tu risa corre por la tarde.

Enero 27-28, 2017

José Manuel Recillas

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