jueves, 24 de mayo de 2018

Nicolás Suescún (1937-2017), Poemas


La Academia Mexicana de Poesía ofrece a los lectores de La Guarida esta cuidadosa selección de poemas del poeta colombiano, recién fallecido, Nicolás Suescún, realizada por Larry Mejía.

Nicolás Suescún (1937-2017)
Nicolás Suescún Nació en Bogotá el 5 de mayo de 1937. Poeta, cuentista, artista plástico, traductor, editor, periodista y profesor universitario. Ganó el Premio Vida y Obra 2010 de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, el cual vino a reivindicar una obra que había caído en el olvido. Realizó estudios de humanidades, historia y literatura en la Universidad de Columbia y en la Escuela de Estudios Superiores de París, a pesar de que su primaria y su bachillerato se vieron marcados por la disidencia dentro de lo académico, Suescún prefería el billar, la lectura y los amigos. Durante varios años dirigió la revista Eco y fue Jefe de Redacción de la revista Cromos. Además de ser librero en la emblemática librería Buchholz de Bogotá. Ha realizado importantes traducciones de Rimbaud, Flaubert, Ambrose Bierce, W.B. Yeats y Stephen Crane, Allen Ginsberg, José Manuel Arango, León de Greiff, José Asunción Silva entre otros autores. Como cuentista su libro El Retorno a casa (1971) fue considero como uno de los cien libros más importantes de la literatura colombiana.


El Negador

¿Por qué? se pregunta
y no encuentra respuesta
los signos de interrogación desaparecen
y la negación lo absorbe,
y se hunde, se ahoga
y vuela al mismo tiempo.
Absurdo preguntar por qué,
es sólo un ahogado
que vuela por el aire
en un delirio de escepticismo
así que no vale la pena preguntar,
es preferible negar
negar porque sí y porque no,
negar que se puede preguntar,
negar que se puede responder,
negar por negar,
negar el ayer, negar el mañana
negar el hoy también.
pero jamás el yo,
Para poder negar hasta siempre jamás.



Jamás tantos muertos

                       Para Fernando Rendón

Jamás tantos muertos
rondaron la casa de los vivos,
jamás tantos vivos
rondaron la casa de los muertos.

Nunca se oyeron tantas voces,
nunca tanto silencio,
nunca se fue al traste tanta cosa
y se pudo más y se hizo menos.

Siempre es que hemos vivido tanto tiempo
que uno ya se pregunta qué sería de la tierra
sin el peso gravoso de los hombres
y qué sería de los hombres sin la tierra.

Ahora son las diez de un martes o de un muerto
y mi sangre corre, corre la de los vivos
a dieta de sopa de sangre de sabores diversos,
y huesos enlatados, cadáveres en polvo,
todo el corpus delicti de la A a la Z.



Pequeño poema a mi padre en espera de una larga y tendida conversación que tal vez jamás tendrá lugar

Con usted no puedo hablar de nada
a pesar de que mis ojos
y mi nariz sean suyos
—me lo han dicho—
O de que yo haya sido
Su mayor imprudencia
—me lo han dado a entender—
Y de que en cierto modo
Sea usted quien camina
—soy yo quien lo sospecha—
Cuando voy por la calle.



Una beata

Lenta, sofocada, se apoya en los muros,
se para aquí y allá para tomar aliento.

Dos cuadras le llevan una hora
del cuartucho a la iglesia,
una hora se le va en dos cuadras
de la iglesia al cuartucho.

Entre santos de papel y santos de argamasa
balbucea plegarias, practica la Esperanza
y el Espíritu Santo la consuela,
el Sagrado corazón le guía los pasos,
la Santísima Virgen intercede por ella,
y el mismo Jesús lindo a veces la visita.



Un hombre de mi edad

Viajo frente a un hombre de mi edad
con barba como yo pero encorvado
—sus ojos se pierden en el vacío,
viaja por un desierto territorio extraño,
su tiempo no es mi tiempo,
no soy yo quien le intereso en todo caso. 

Un momento después lo observo
tomarse la cabeza entre las manos,
hurgarse las orejas, leer recortes
del Correo del Amor en alta voz
y en tono de discurso, y por último
sacar una libreta que mira página por página
y en la que escribe una palabra,
una sola palabra, de vez en cuando.

¿Qué escribe?, me pregunto entonces,
tratando de entender por qué hay desorden
en ese cuerpo que podría ser el mío,
por qué no es él quien me escudriña a mí.



Un vagabundo

Esa noche pasé por su lado otra vez
y le oí decir que nada tenía
sino el duro asfalto:
hablaba de sí mismo en tercera persona,
un largo recitado de amarguras,
ese guiñapo humano de piernas tumefactas
que dormía en la calle
a dos cuadras de mi casa,
y pintaba también a una sensual mujer
en eróticas escenas a la orilla del mar.

Eran dulces baladas de amor
cantadas por una momia chibcha,
bajo un letrero que decía
CARNETS DE SALUD
con grandes letras rojas.

Y como un bisturí, el viento de Cruz Verde
Se hundía en su cuerpo
Y ahondaba la herida de la memoria.



Dos

De los dos el más
alto es el más
insigne.
En sus rasgos se advierten
la prosapia y el aburrimiento,
pero yo simpatizo con el más pequeño,
el de los bigotes de alambre
el de los rasguños en las mejillas,
el de los callos en las manos,
el de la sonrisa de perro,
el de las uñas sucias,
el del reloj dañado,
el de las quejas,
el que eructa,
el que mira el suelo cuando camina,
 el que estudia el techo los domingos,
el que no puede esperar porque no tiene tiempo
y sin embargo la vida se le va esperando.



Las cosas que he ido escondiendo

                           Para María Mercedes Carranza

las cosas que he ido escondiendo
bajo las piedras,
entre los esqueletos y los papeles,
entre pecho y espalda,
surgen de pronto,
proyectando sombras espesas,
viscosas,
como moco de político pájaro.

Abrí los ojos y me dijeron
que en país de ciegos hiciera como el ciego.
Después me enseñaron las palabras
y me aconsejaron que cerrara la boca
si no era para repetir los repetido,
y que fuera manso para llegar al reino de los cielos.
Me dictaron todo lo que podía hacer y recibir,
Y yo gemía de noche entre las sábanas,
Porque no era tan santo como San Luis Gonzaga.

Vuelven estas cosas que he ido apilando
a la vera del camino, para olvidarlas.
Vienen como con pies, hablan como con boca
los patios donde me calentaba a medias,
las piezas en tinieblas,
los pecados mortales y los veniales,
las sesiones finales,
los valses del teatro Hogar
y todas esas fiestas infantiles
con aquellos regalos regalados.

Vuelven como empujadas por el viento,
este helado silbido paramuno,
y me llevan de la mano
de paseo por la calle de siempre,
con la pordiosera, sus trapos y sus perros,
con el niño durmiendo en la caja de whisky
Johny Walker, que sigue tan campante,
con el sacristán masturbándose
ante la Virgen y su lindo niño en brazos,
con el hombre esperando la vida en un camastro,
con todos los vivos y todos los difuntos,
¡y más frío que el que tendré en la tumba!



¡Qué dicha vivir en este país tan bello!

¡Qué dicha vivir en este país tan bello
donde la gente ama tanto los toros
y la sangre en la arena!

¡Qué bella la sangre tan roja!

¡Qué bueno vivir aquí
donde los policías juegan a la ruleta rusa
no apuntando el revólver
hacia su propia cabeza
sino hacia la cabeza de los adolescentes,
donde los asesinos ríen al matar
y acumulan cadáveres
que tiñen los ríos de púrpura
y nos cobren con un velo bermejo!

¡Qué hermoso país es este
con tantos matices del rojo,
aunque la sangre con el tiempo
se vuelva negra,
y aunque nuestras fiestas delirantes de alegría
las presida y clausure
el esqueleto del capuchón y la guadaña!



No esperes nada

No esperes nada
del mañana,
no te sepultes en la esperanza,
piensa:
no veré la luz del nuevo día,
esta es mi última noche.
Y bebe
hasta olvidarlo todo
para volver a olvidarlo,
que esa sea tu vida,
un vaivén
entre el ser y el no ser.
No esperes nada
del mañana,
húndete en el olvido
para que el nuevo día
sea de verdad un nuevo día,
como si apenas empezara
a dar vueltas el mundo,
como si ir para allá
no fuera venir hacia acá,
como si no girara la tierra,
enloquecida.

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